“Evitación experiencial”
Los padres animan a sus hijos a practicar diferentes deportes, a aprender un nuevo idioma, a formar parte de nuevos grupos donde puedan conocer nuevos amigos, bajo el lema, “Será una nueva experiencia que te enriquecerá”, lo mismo hacemos con nuestros amigos cuando nos comparten con entusiasmo algo que tienen ganas de hacer y les damos ánimo, “Sí, tienes que hacerlo, intentarlo es lo importante, te felicito”.
Sin embargo, cuando se trata de nosotros muchas veces caemos en el “no me animo”. Es decir, no nos animamos a nosotros mismos a movernos hacia aquello que anhelamos y que nos ayudaría a sentirnos mejor.
En este posti reflexionamos sobre la importancia de observarnos a nosotros mismos para identificar cuando estamos evitando vivir una experiencia por considerar que puede ser desagradable, aún cuando el resultado final sea el que deseamos.
Como por ejemplo, cuando alguien desiste de estudiar, o iniciar alguna actividad que le interesa por estimar que a lo mejor no se encuentra a la altura de las otras personas, o de no ser capaz de hacerlo bien, o por carecer de suficiente tiempo, y entonces empieza a desanimarse y a convencerse a si misma que no merece la pena llevar a cabo tal o cual cosa, y así empezamos a escribir un final de evitación. “No me animo”. “Mejor no lo hago”. “Igual ni merece la pena”. Y en algunos casos, hasta nos terminamos convenciendo o autoengañando que es mejor para nosotros no intentarlo.
Salvo que evitemos exponernos a un peligro, dañar a otros, o hacer algo solo por complacer a otras personas, cada vez que nos damos permiso para experienciar una situación o una emoción desagradable, o incómoda como puede ser ingresar a un nuevo grupo, desafiarnos a aprender algo nuevo, contactar con el dolor ante la muerte de un ser querido, o con el miedo ante una enfermedad, estamos contactando con la vida. ¿Acaso la vida no es eso que nos sucede? Y el abrirnos a estas nuevas experiencias ensancha nuestra vida, al mismo tiempo que nos creamos nuevas emociones disparadas por estas nuevas situaciones.
¿Por qué la evitación nos empobrece? porque nos aleja de la vida que deseamos tener, porque cada vez que evitamos hacer algo que es importante para nosotros, y que se encuentra alineado a nuestros propios valores, nos apartamos de la vida que queremos para nosotros. Y nos quedamos haciendo lo que sabemos hacer, y nos sale bien. Todo lo contrario a expandir nuestro repertorio emocional y conductual.
Como señala Steven Hayes en el texto, “Una mente liberada”, en donde utiliza la metáfora de las arenas movedizas para ilustrar lo peligrosa que puede ser la evitación.
Les comparto de manera textual la metáfora del citado libro, página 129. “Si caemos en unas arenas movedizas, parece que lo más lógico sería levantar una pierna para intentar dar un paso adelante y salir de allí. Sin embargo, levantar el pie es lo último que debemos hacer, porque reduce a la mitad el área que soporta nuestro peso. Adivine en qué dirección iremos si sucede eso: exacto, hacia abajo. Lo que debemos hacer es tendernos horizontalmente sobre el barro e intentar avanzar progresivamente hacia terreno firme.
Esta metáfora ayuda a entender que es mucho más seguro aumentar el contacto con lo que tememos en lugar de luchar para escapar”.
¿Se entiende por qué la evitación de aquello que es desagradable es peligrosa? ¿Se entiende por qué cada vez que no nos animamos a nosotros mismos como lo haríamos con alguien a quien queremos nos empequeñecemos? ¿Se entiende por qué es importante abrirnos tanto a las situaciones agradables como a las que no lo son? ¿Se entiende por qué es primordial entrenarnos en sentir bien (lo que sea que la vida nos invite a sentir) aunque duela, aunque incomode, aunque no nos guste, que luchar para sentirnos solo bien?.
Si sentirnos solo bien es imposible, si hay situaciones que inevitablemente son dolorosas, o estresantes, o requieren un gran esfuerzo por nuestra parte, ¿por qué ese afán tan humano en cerrarle la puerta a todo aquello que nos duele, o nos resulta desagradable?.
¿Y si en vez de desanimarnos cuando la cosa se pone difícil seguimos avanzando hacia aquello que para nosotros es importante? ¿Y si nos entrenamos en el arte de darnos ánimo y de creer en nosotros cuando estamos a punto de flaquear?.
¿Cómo podríamos darnos ánimo?
De la misma manera que lo hacemos con alguien a quien queremos. Por lo general, a un amigo, a un hijo, a nuestra pareja cuando nos comparten un proyecto, le escuchamos activamente, lo alentamos, le mostramos la importancia de dar lo mejor que cada uno pueda dar, de dejar el alma si es posible a favor de alcanzar ese sueño, y especialmente le transmitimos que creemos en sus recursos y en su potencial para lograrlo, después si se alcanza o no el resultado es otra historia, y te aseguro que no es la más importante. Con excepción de los deportistas profesionales y de alto rendimiento que se preparan para ganar, la vida no es una competición en la que hay que llegar primero, o ir por la de oro.
No todos los sueños están para ser cumplidos, pero te imaginas una vida sin sueños, sin anhelos, sin un propósito. Algunos sueños alcanzaremos y otros no, de verdad, no pasa nada. El bienestar en la vida no se mide solo por los logros alcanzados, si no por todas las veces que lo hemos intentado, que nos hemos probado, que nos hemos dejado el alma en ello. El camino es lo verdaderamente importante.
Si llegamos mejor, claro, no se trata de demonizar la llegada, si no de darnos cuenta que la manera en la que transitemos el camino es lo que le va a dar sentido a nuestra vida. Ni todos los caminos son iguales, ni todos conducen al mismo lugar, ni los caminantes son los mismos ni necesitan llegar a un mismo destino.
En el corto camino de la vida todos somos caminantes. ¿Hacia dónde te diriges? ¿En qué dirección vas? ¿Sientes que ya te encuentras en el camino que puede acercarte hacia donde vas?.
En esos momentos en los que la fortuna de saber hacia donde quieres ir, o lo que deseas alcanzar te visite, ensaya el arte de darte ánimo. De animarte a ti mismo. De reemplazar el “no me animo”, por el “me animo”. Me animo a intentarlo. Me animo a desafiarme. Me animo a probarme. Me animo a equivocarme. Me animo a vivir esta experiencia. Me animo a vivir.
Hasta el próximo posti y recuerda que la vida está para ser vivida, no para verla pasar como meros espectadores. ¿Te animas? ¿Y si nos animamos?.
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Podcast Psicología Betina A. Speroni.