Huellas de una infancia dura. Una infancia difícil no determina una vida de sufrimiento
abril 14, 2019
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“Comenzar mal en la vida no determina que tu vida tenga que ser desgraciada”. Boris Cyrulnik

En general tendemos a asociar la infancia con aquella época de la vida prodigiosa, extraordinaria, donde los niños están rodeados de adultos responsables, que amorosamente los cuidan, protegen y velan por su bienestar tanto físico como emocional.

Al pensar en la infancia, lo primero que se nos suele venir a la mente, son momentos de juego entre niños que empiezan a conocer la amistad. Una época de la vida libre de las obligaciones y responsabilidades propias del mundo adulto.

Pero no siempre es así. ¿Qué pasa cuando la infancia está teñida de comportamientos negligentes, de conductas abandonicas, de diferentes tipos de abuso, de maltrato físico y psicológico?

En este posti te invito a reflexionar en aquellas infancias duras, donde la protección y el cuidado no reinan, o están visitadas por perdidas tempranas y a veces abruptas, y como aun en estas injustas y casi incomprensibles circunstancias la persona se puede reconstituir y gozar de una plena vida.

La idea de este posti no es quedarnos solo con el repaso de estas infancias marcadas por el dolor y el sufrimiento, sino en subrayar que comenzar la vida de esta manera no determina una vida de pesares y eterna agonía. No se trata de negar las marcas que una infancia con estas características va a dejar, sino de saber que estas marcas, que no son otra cosa sino heridas emocionales, se pueden trabajar y sanar. A veces será más fácil, otras veces no. Pero un buen trabajo personal ayudara a que estas heridas cicatricen y adquieran un nuevo significado y por ende sea posible una vida feliz a pesar de lo vivido.

Podríamos decir en una frase que la resiliencia hace que ninguna herida sea un destino.

Según Stefan Vanistendael la resiliencia es “la capacidad de triunfar, de vivir, de desarrollarse de manera positiva y socialmente aceptable, a pesar del estrés o de una adversidad que implica normalmente el grave riesgo de un resultado negativo”.

¿Por qué ayuda un trabajo personal?

El trabajo personal, y cuando hablo de trabajo personal no me refiero necesariamente al trabajo con un profesional, posibilita salir de la “anestesia emocional”, que si bien en un primer momento nos ayuda a aliviar al sufrimiento, con el tiempo embota nuestra capacidad de ser humanos. La anestesia no es más que una forma de protección.

Repasar la propia historia una y otra vez, no es una tarea fácil, porque vamos a revivir situaciones del pasado y van a surgir momentos que parecían olvidados, pero nos va a permitir encontrar un significado a lo vivido, y por ende a sanar.

Boris Cyrulnik en su texto: “Los patitos feos”, comenta el caso de Bárbara.
“Desde que tenía catorce años, en plena guerra, Bárbara nunca ha dejado de escribir. Recita sus poemas y canta ya bastante bien. En plena clandestinidad, cuando la gente muere a su alrededor, la adolescente descubre minúsculos placeres: «[…] la partida de cartas, a cubierto en la habitación del fondo, y la excitación de las salidas a toda prisa, los gritos de “la Gestapo”».
Muchos otros en su misma situación se hundieron, heridos de por vida. ¿Por qué misterio pudo Bárbara metamorfosear su herida en poesía? ¿Cuál es el secreto de la fuerza que le permitió coger flores entre el estiércol?
Cyrulnik, Boris. Los patitos feos: La resiliencia. Una infancia infeliz no determina la vida.

No podemos decir que el trauma causa mucho daño, esto dependerá de cómo nos hemos construido antes de enfrentarnos a la desgracia o la dificultad.
Boris Cyrulnik va a decir que los niños que han sentido seguridad desde que ha empezado a formarse su personalidad, van a estar en mejores condiciones para más adelante convertirse en adultos resilientes. ¿Qué es esto de la seguridad? La seguridad se va creando en el día a día, a través de ese vínculo de familiaridad que se establece con el niño.

La seguridad se va tejiendo en ese vínculo afectivo. El niño poco a poco va aprendiendo como relacionarse con su mama, y como hacerlo con su padre, o con quienes sean sus tutores. El niño aprende y reconoce los distintos comportamientos de estas figuras adultas y sabe que tiene que hacer. Es como si el niño pensara: “Estoy en casa, estoy seguro, se lo que tengo que hacer”. Esto se va construyendo en la cotidianeidad.

La educación temprana de las emociones va a imprimir un determinado temperamento y un estilo conductual en el niño, y al tener que afrontar su primera dificultad, va a posibilitar el uso de sus recursos internos.
Esto es posible gracias a que en el momento en el que todos los niños son como esponjas afectivas, su medio ambiente supo estabilizar sus reacciones emocionales. Sus cuidadores primarios en una temprana edad del desarrollo le proporcionaron hábitos de conducta, junto a un estilo relacional que, al tener que afrontar una desgracia, no le permitieron hundirse.
Las personas resilientes no solo se caracterizan por su capacidad de sobreponerse ante la adversidad, si no también por desarrollar un lado humano y sensible que les permite conectar más fácilmente con el dolor y las heridas ajenas. El resiliente nunca es indiferente al dolor ajeno. Tiene una habilidad especial para percibir las emociones en el otro, y al mismo tiempo desarrolla un sentimiento de gratitud y un miedo a recibir el amor que suscita.

Reflexionando sobre las características de los “heridos triunfadores” me gustaría compartirte un cuento oriental para seguir pensando acerca del concepto de resiliencia.

La fábula del helecho y el bambú
Un día decidí darme por vencido… renuncié a mi trabajo, a mi relación, a mi vida. Fui al bosque para hablar con un anciano que decían era muy sabio.
-¿Podría darme una buena razón para no darme por vencido? Le pregunté.
-Mira a tu alrededor, me respondió, ¿ves el helecho y el bambú?
-Sí, respondí.
-Cuando sembré las semillas del helecho y el bambú, las cuidé muy bien. El helecho rápidamente creció. Su verde brillante cubría el suelo. Pero nada salió de la semilla de bambú. Sin embargo no renuncié al bambú.
-En el segundo año el helecho creció más brillante y abundante y nuevamente, nada creció de la semilla de bambú. Pero no renuncié al bambú.
-En el tercer año, aún nada brotó de la semilla de bambú. Pero no renuncié al bambú.
-En el cuarto año, nuevamente, nada salió de la semilla de bambú. Pero no renuncié al bambú.
-En el quinto año un pequeño brote de bambú se asomó en la tierra. En comparación con el helecho era aparentemente muy pequeño e insignificante.
-El sexto año, el bambú creció más de 20 metros de altura. Se había pasado cinco años echando raíces que lo sostuvieran. Aquellas raíces lo hicieron fuerte y le dieron lo que necesitaba para sobrevivir.
-¿Sabías que todo este tiempo que has estado luchando, realmente has estado echando raíces? Le dijo el anciano y continuó…
-El bambú tiene un propósito diferente al del helecho, sin embargo, ambos son necesarios y hacen del bosque un lugar hermoso.
-Nunca te arrepientas de un día en tu vida. Los buenos días te dan felicidad. Los malos días te dan experiencia. Ambos son esenciales para la vida, le dijo el anciano y continuó…
La felicidad te mantiene dulce. Los intentos te mantienen fuerte. Las penas te mantienen humano. Las caídas te mantienen humilde. El éxito te mantiene brillante…
Si no consigues lo que anhelas, no desesperes… quizá sólo estés echando raíces… (Cuento oriental.

Es importante mencionar que la resiliencia, como habilidad, se desarrolla a lo largo de toda nuestra vida. Si bien aquello que nos acontece en la primera infancia, y antes también, va a dejar una impronta importante en nuestra psiquis, debido a que estas tempranas vivencias se producen en un momento decisivo en la estructuración de nuestro psiquismo, las experiencias y los vínculos afectivos posteriores pueden ayudar a moldear estas primeras experiencias y a otorgarles un nuevo significado, a partir del cual lograremos transformar el sufrimiento en aprendizaje y fortaleza emocional.

No estamos determinados ni genéticamente ni ambientalmente. Como explica Sigmund Freud (1856/1939) al introducir el concepto de series complementarias para señalar que la historia de vida de cada sujeto se explica desde la relación entre la predisposición hereditaria, las relaciones infantiles, y la disposición de cada persona. Entendiendo por disposición la relación entre lo genético y las experiencias infantiles, sobre las que actúan los acontecimientos desencadenantes o actuales.

Como podemos ver en lo que hace a nuestra historia de vida nada es definitivo y siempre es factible hacer algo que nos ayude a elaborar y re significar lo vivido.

“Se dirigió hacia ellos, con la cabeza baja, para demostrarles que estaba dispuesto a morir. Fue entonces cuando vio su reflejo en el agua: el patito feo se había convertido en un espléndido cisne blanco…” Hans Christian Andersen (1805/1875) El patito feo.

Hasta el próximo posti y recuerda que una infancia difícil puede ser el origen de una vida plena y feliz.

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