¿Nos enamoramos con la cabeza o con el corazón?
¿Sera posible enamorarse sin perder la cabeza? Si partimos de la idea de que el enamoramiento es un estado de locura transitoria, como postula Freud, al sentir que hemos encontrado a ese ser maravilloso, único, diferente al resto de los mortales con el que estamos seguros de querer compartir el resto de nuestra vida, es poco probable que estemos usando nuestro hemisferio izquierdo. El de la lógica, lo racional, las secuencias, lo analítico, las matemáticas. Casi me animaría a decir que en esos primeros momentos en que conocemos a ese ser más cercano a los dioses que a los humanos, solo usamos el hemisferio derecho. Ya repasaremos las características de ambos.
En este posti te invito a reflexionar sobre la importancia de racionalizar el corazón y “emocionalizar” la razón. Con el fin de hacer uso tanto de las emociones como de la razón a la hora de elegir una pareja. En la medida de lo posible. Claro. Asumiendo que hay algo “irracional” o poco consciente cuando nos sentimos atraídos por alguien, dado que más allá de las explicaciones de porque alguien nos gusta o no nos gusta, siempre hay algo que escapa a nuestro saber consciente.
El amor, al menos en nuestra cultura occidental, se ha asociado al “arrebato emocional”, a esa especie de tsunami interior que parece apoderarse de nuestra razón y toda nuestra lógica y sin piedad nos arrastra como una ola embravecida al interior de la relación.
Y cuando las emociones no se muestran tan alborotadas, es como si el amor no fuera tan “verdadero”. Como si el caos que el amor genera en nuestras emociones fuera proporcional a su veracidad. De lo contrario, se tiende a dudar de que sea realmente amor. Cuando no arde el estómago y no hay taquicardia, se habla más de fraternidad, de hermandad, de falta de pasión. Como si en estas situaciones no estuvieran las condiciones dadas para que surja el amor.
¿Cómo hacer uso de la razón cuando el corazón palpita y agita la bandera de la certeza: “No hay nadie como él/ella”, “él /ella es diferente”, “Sin él/ella mi vida no tiene sentido?
Según la mitología griega y la última versión del mito, Cupido, hijo de Venus (Diosa del amor, la juventud, la belleza) Y de Marte (Dios de la guerra) fue escondido en los bosques por su madre, donde fue amamantado por fieras, que solo con el tenían un comportamiento piadoso. El destino, permitió que Cupido se mantuviera a salvo y se transformara en un hermoso ser como su madre y audaz como su padre, e incapaz de ser guiado por la razón, al igual que sus primeras cuidadoras. El amor y su incapacidad de ser guiado por la razón es una idea todavía compartida por la mayoría de nosotros. Que si bien no consideramos absurda, la pregunta es: ¿Hasta dónde puede el amor como un torbellino arrastrarnos sin que nosotros podamos hacer uso de nuestro raciocinio?
¿Es posible poner un poco de distancia ante semejante encantamiento e invitar a nuestro lado más analítico a que nos eche una mano?
A Cupido se lo representa como a un niño alado, con una venda en los ojos para mostrar que el amor no ve el mérito o desmérito de la persona a la que se dirige. Además de ir armado con flechas, arco y alijaba.
Mi propuesta es aprender a quitarnos la venda de los ojos cuando nos sentimos atraídos por alguien. Tal vez, quitarnos la venda de los ojos sea demasiado pretensioso. Podríamos intentar alguna manera de hacerle trampa al amor y corrernos la venda un poco, por momentos, para dejarle paso a la lógica, a nuestra parte analítica. Nada más ni nada menos que a nuestro hemisferio izquierdo. El del lenguaje, el resolutivo, el analítico, el secuencial, el racional, el lógico. ¿Se acuerdan?
¿Cómo podríamos corrernos la venda que cubre nuestros ojos?
En primer lugar, nos puede ayudar el cuestionar algunas ideas tan extendidas como que: “El amor lo puede todo”, “El amor solo aparece una vez en la vida, o dos.”, “El amor es una fuerza irrefrenable”, “Siempre aparece con mariposas en el estómago”. Porque al no tomar estas ideas como dogmas, nos permitimos acercarnos al amor de un modo menos ingenuo, sin creer que estamos frente a la solución de todos nuestros problemas, casi como creer que hemos encontrado la llave de la felicidad. El amor no se encuentra. El amor se construye.
El tipo de relación que armemos dependerá de con quien decidamos aventurarnos a construir una historia de a dos. Como podemos ver la elección que nosotros hagamos de nuestra pareja juega un papel central en la clase de relación que construyamos.
Cuanto mayor sea el autoconocimiento que alguien tenga de si mismo, es decir, el saber más o menos quien soy, que necesito, que cosas valoro, haciendo que cosas disfruto, que idea tengo de lo que es estar en pareja, que valores son para mi innegociables, por ejemplo: si valoro el tener un espacio propio para realizar aquellas actividades de las que disfruto, difícilmente funcione al lado de alguien que considere que una pareja debe compartir todas sus actividades.
No se trata de ver quién tiene razón o no, sino de decidir construir una relación con alguien afín a mí. Aunque pueda parecer obvio si no tengo bien en claro cuáles son aquellas cosas que no estoy dispuesto a renunciar por estar en pareja y cuales si puedo negociar en pro del vínculo, voy a estar más vulnerable a dejarme llevar por ese primer encantamiento inicial, y caer en la ingenuidad de creer que el amor por si solo acomodara todas las cosas.
Igual de erróneo seria ceder a todos aquellos valores innegociables para mí en pro del amor. Entonces si no fumo y detesto el olor a cigarrillo, no me importa que mi enamorado fume porque en él el olor a tabaco sabe distinto, si jamas en mi vida salí a correr , pero por ejemplo disfruto de la natación y empiezo a correr junto a mi amor solo por compartir algo con él, a pesar de mi aversión a esta actividad, si soy suelta con el dinero y mi pareja controla hasta el café de la mañana, uno podría pensar que cuando disminuya la magia y el encantamiento iniciales, encontremos que nos fuimos atrincherando en la relación, en vez de seguir creciendo como personas individuales.
No estoy diciendo que tengamos que ser “dos almas gemelas” que coincidan hasta en el color preferido. Lo que intento transmitir es la importancia de saber con claridad que valores y principios son para mi tan importantes que no estoy dispuesta a renunciar a los mismos en nombre del amor.
Si a uno le gusta la playa y al otro la montaña, seguramente puedan negociarlo. Aunque no sin cierta dificultad. Si para uno de los dos el espacio con los amigos es importante y el otro considera que cuando se está en pareja ya no hay tiempo ni lugar para los amigos. ¿Cómo se negocia esto? Es aquí, donde debe asomarse la razón y entrelazarse con la emoción, de lo contrario si solo escuchamos y nos dejamos llevar por las emociones, están nos dirán que todo saldrá bien porque el amor siempre triunfa, y que donde hay amor se es feliz y todas las diferencias por la magia del amor se acomodan y fueron felices y comieron perdices. Una falacia total. De ser cierta esta afirmacion como explicaríamos los altos índices de divorcio y separación.
“La relación entre dos es un viaje hacia un destino desconocido, donde la pareja debe compartir no solo lo que no saben uno del otro, sino también lo que no saben de sí mismos”. Anónimo.
Tenemos que tener en cuenta que la mirada social no solo alimenta la idea del torbellino amoroso, sino también la de lo maravilloso que es estar en pareja. Si bien es cierto, que cuando la relación es un espacio en el que ambos pueden disfrutar y seguir creciendo juntos, es decir, cuando la relación es sana, y juntos saben resolver los desencuentros propios de todo vínculo, apoyados en el hermoso sentimiento de amar y sentirse amados, las personas gozan indudablemente de un preciado bienestar. Sin embargo, no debemos caer en el error de generalizar que siempre la vida de a dos es mejor.
Que sea o no mejor depende de cada persona, del vínculo que armen, de lo funcional que este sea, de cómo pueden seguir evolucionando como personas dentro de la relación, en vez de estancarse y perderse a sí mismas. De igual modo, deberíamos evitar el creer que si alguien está solo, porque así lo desea y sobre todo estando solo se siente maravillosamente bien, debe tener un “problemita”. Por lo general, si alguien esta solo se tiende a pensar que es una persona rarita, o por lo menos con algún tipo de dificultades a la hora de relacionarse con los demás.
¿Qué dice la ciencia? ¿Nos enamoramos con el cerebro o con el corazón?
Luciano Sposato un neurólogo que estudia desde hace más de una década la relación entre el cerebro y el corazón, relata un experimento científico llevado a cabo en la Universidad de Cambridge, en el que se le pedía a los participantes que trajeran fotos de personas a las que amaban profundamente, y de alguien que les era totalmente indiferente, y les hicieron una resonancia magnética especial, que se llama funcional, que permite ver qué áreas del cerebro se están activando ante determinados estímulos o ante determinadas acciones.
Lo que se vio en este experimento es que cuando las personas veían la foto de la persona a la que amaban se iluminaban áreas relacionadas con el placer y con la recompensa.
Y no casualmente una de esas áreas era la ínsula. La ínsula parece estar involucrada en algunas funciones junto con otras áreas del cerebro que nos permiten darnos cuenta que estamos enamorados de una persona. Nos permite decir: “Esa es la persona de la cual yo estoy enamorado”.
Y aparte por sus conexiones con el cerebro, con el corazón y con el intestino, hace que cuando estamos con esa persona a quien amamos tengamos palpitaciones, taquicardia, esa sensación de “mariposas” que a veces se describe en el estómago cuando estamos enamorados. Por lo tanto, nos enamoramos con el cerebro y no con el corazón.
La propuesta de esta posti es intentar no dejarnos llevar por ese maremoto emocional que nos embriaga al enamorarnos, con el fin de conservar nuestra autonomía emocional y aventurarnos en una relación con menos ingenuidad y más prudencia.
“Los invisibles átomos del aire en rededor palpitan y se inflaman; el cielo se deshace en rayos de oro; la tierra se estremece alborozada; oigo flotando en olas de armonía el rumor de besos y el batir de alas; mis parpados se cierran…¿Qué sucede? ¡Es el amor que pasa!”
Gustavo Adolfo Bécquer.
Hasta el próximo posti y recuerda que como dice Walter Riso: “La persona que amo es una parte importante de mi vida, pero no la única”
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