Como acompañar a los adolescentes en su camino hacia la madurez
La adolescencia es cambio, es transformación, es una etapa en donde tanto el mundo interior de estos nuevos jovencitos como su grupo familiar se encuentran “revueltos” y este desorden junto a la confusión que lo acompaña no es otra cosa que el paso previo y necesario para el ingreso al mundo de los adultos.
Con la entrada en la adolescencia de los hijos hay una pregunta que los padres no deberían dejar de hacerse: ¿Como vivi mi propia adolescencia? ¿Cómo era la relación con mis padres en ese entonces? ¿Me supieron acompañar, eran padres cercanos, o eran emocionalmente distantes? ¿Cuáles eran mis miedos y mis inseguridades? ¿Mis amigos, como no recordarlos, que lugar ocupaban en mi vida? ¿Cuáles eran mis prioridades, entre ellas estaba el estudio? ¿Qué era lo que más me gustaba hacer?
De nuestra propia adolescencia podemos extraer información para entender un poco más lo que pueden estar viviendo los adolescentes.
Tú, tal vez al leerme estás pensando: “eran épocas distintas, no se puede comparar”.
Tienes razón, el contexto por el que ha transcurrido nuestra adolescencia era diferente, solo mencionar que no éramos nativos digitales. De todos modos, si nos enfocamos más en el plano de las emociones nos vamos a dar cuenta que las cosas no han cambiado demasiado.
Muchos padres de hoy en día en su adolescencia desempeñaban un rol parental, es decir asumían las responsabilidades de un adulto. El famoso “no tuvo adolescencia”. Cuando esto fue así el desconcierto y la confusión frente a la adolescencia de sus hijos puede ser mayor. De todos modos, independientemente de cómo cada uno vivió su adolescencia, cuando los hijos llegan a este momento el equilibrio familiar que habíamos conseguido, empieza a tambalear.
Cuanto mayor sea la flexibilidad y la plasticidad del grupo familiar, menos costosa será la reacomodación a la nueva etapa del ciclo vital. Como decía antes, el equilibrio se perdió y esto obliga a una nueva adaptación, a la búsqueda de un nuevo equilibrio.
Los padres estamos perdidos y nos preguntamos: ¿Qué paso?, y lo que paso es el tiempo, el devenir de la vida y los cambios asociados. Ya no somos padres de un niño sino de alguien que está soltando el mundo de la niñez, para hacerse paso y como puede en el mundo de los jóvenes adultos.
Tranquilos, no es el fin del mundo. En todo caso es el final de una etapa, de la infancia de nuestros retoños. Es un duelo puro y duro, duele perder el protagonismo del que gozábamos en sus vidas: “si vuelves a decirme eso se lo diré a mi madre” por “mi madre no entiende nada”.
Las salidas con los padres empiezan a ser poco a poco más que un sufrimiento para ellos. Los amigos ahora son los protagonistas y los “héroes” en sus vidas. Sin embargo, que prefieran estar con sus amigos no quiere decir que sus padres no sigan conservando el puesto de mayor importancia para ellos.
Como padres debemos aprender a darles espacio, a confiar en ellos, y por sobre todas las cosas “aguantarlos”. Con aguantarlos quiero decir no perder la calma y aprender a tranquilizarnos cuando estamos a punto de colapsar. Nos necesitan a su lado como figuras de sostén y seguridad frente a tanto cambio. Por tal motivo, se nos hace imprescindible contar con un stock de paciencia y amor.
“Tiene más paciencia quien más ama. Y en amor, siempre los padres deben ganar, aunque parezca que pierdan porque el hijo es desagradecido. Ya madurara. Nada se pierde en educación, ningún gesto, ninguna palabra. Todo se gana. Siempre saldrá buen fruto cuando se siembra bien. Aunque sea tarde”. Fernando Alberca.
Es una etapa de mucha confusión, inseguridad y vulnerabilidad, y el adolescente intenta disfrazar estos sentimientos mostrando una seguridad que todavía no tiene.
Esto los lleva a pecar de “chulos” cuando en realidad no lo son. Si bien parecen haber cambiado demasiado, si los observamos bien nos daremos cuenta que el cambio no es tan radical como nos puede llegar a parecer y que no dejan de tener todo lo bueno que tenían de pequeños.
Los modos a menudo desagradables de los adolescentes son el reflejo de su desorden interior.
El rol de padres debe modificarse y adaptarse a esta nueva etapa. No podemos relacionarnos con un adolescente como lo hacíamos con un niño.
Créeme si te digo que muchos padres siguen tratando a su hijo adolescente como si este fuera un chico de ocho años. Los hijos no vienen con manual de instrucciones y siempre se pueden corregir los errores y mejorar. Aprendemos por ensayo y error.
El joven tiene un afán por polemizar tanto lo que le dicen sus padres, como la mayoría de las normas compartidas, y es esto lo que le va a permitir desarrollar sus propias opiniones. De esta manera, el adolescente extrae lo que considera importante para luego transmitirselo a sus hijos, si los tiene el dia de mañana, o con quienes el decida compartir su vida.
Al mismo tiempo deja muchos frentes de batalla abiertos. Debemos elegir cuando batallar y cuando no, de lo contrario la vida familiar será un caos.
Lo que nunca debemos dejar de hacer es de buscar un espacio para hablar con ellos. Tenemos que aprender “entrenarnos” a buscar el momento propicio para entablar un dialogo o mini dialogo, es fundamental interiorizarnos en sus cosas, sus juegos, sus amigos, pero desde el interés genuino no desde el control. Incentivar las conductas de independencia, la vida social con sus pares, si queda con su cuadrilla y se la pasa bien, es importante que reforcemos este tipo de encuentros, de salidas.
Como padres tenemos que hacer nuestro propio duelo, ya no podemos compartir todo con ellos como lo hacíamos tiempo atrás. Aunque duela tenemos que aprender a soltar, a soltarlos…como la tensión del arco que le da fuerza a la flecha. “Soltarlos” también tiene que ver con corrernos nosotros de lugar para que sean ellos ahora los que se destaquen, como padres debemos pasar a un segundo plano. Con esto no me refiero a pasar nosotros a un lugar “oscuro”. Cada uno tiene que ocupar su lugar, el lugar que nos corresponde, no hay lugares mejores que otros son lugares diferentes. Si mi hija tiene 15 años y yo me visto como de 15 años, no estoy ocupando mi lugar y le dificulto a ella ocupar el que le corresponde. Todas las edades son hermosas y en todas nos pueden seguir pasando cosas.
La adolescencia de ellos dispara muchas preguntas en nosotros, preguntas que tienen que ver con nuestra vida, de corte existencial. Ellos están iniciando su camino y nosotros ya tenemos en mayor o menor medida un largo recorrido hecho, recorrido del que podemos estar más o menos conformes. Momento en el que la vida nos invita a un balance.
Abracemos sin miedo esta etapa que nos regala la vida, no importa si nuestro mundo parece estar al revés…tal vez se trate de eso…de asumir que la familia toda transita un momento de reacomodación, del que saldrá transformada, crecida y en condiciones de seguir disfrutando del viaje de la vida.
En resumen:
Tener paciencia y expresarles el amor que sentimos por ellos. Sobretodo en aquellos momentos en que podemos llegar a sentir que son desagradecidos, porque es ahí, justamente cuando más lo necesitan.
Los adolescentes a veces pueden decir cosas con la intención de “dañar”, pero no porque las sientan.
Como padres no perder la calma (si alguna vez la llegas a perder) no pasa nada, no te culpes, siempre se puede mejorar. Si perdemos la calma se alejaran aún más.
Olvidarse de querer ser el “padre perfecto” no existen, y de existir serian lo más aburrido del mundo. Somos todos seres humanos.
Como padres debemos educarlos siempre, no hay que confundir adolescencia con mala educación. Una cosa es que cuestionen las reglas y otra muy distinta es que se nieguen a hacer lo que sus padres le indican.
Poner límites, pero no controlar. Ya escribiré un post acerca de esta diferencia.
Reforzarles sus logros y todas las cosas buenas que realizan, no poner el acento solo en aquello que no hacen.
Incentivar y fomentar su vida social.
Evitar callarnos para que reine la paz en el hogar, por ejemplo: no decirle que recoja lo que ha dejado tirado para evitar su malhumor.
Hasta el próximo posti y recuerda que la adolescencia aunque difícil por momentos es una etapa maravillosa, gracias a la cual es posible alcanzar la madurez.
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