“Tus hijos no son tus hijos, son hijos e hijas de la vida”. Kahlil Gibran
Una cosa es ser padre y al mismo tiempo tener una relación cercana con los hijos, es decir, haber desarrollado un lazo de confianza , el cual va a propiciar que cuando los hijos se encuentren ante alguna dificultad, problema, o inquietud no duden en acudir a los padres en busca de apoyo y sostén. ¿Acaso no es esta una de las tareas de la función de ser padre, o madre?.
Si pensamos la parentalidad esta tiene que ver con el dar amor, cuidado, protección y velar por el bienestar de los hijos. No hay amor en ninguna relación si no hay cuidado.
Ahora, ser amigo es otra cosa. La relación entre amigos es una relación simétrica, es una relación entre iguales, entre pares que comparten e intercambian, entre otras cosas, aquellas que justamente no comparten con sus padres. En esta relación los hijos aprenden a hacerse un lugar en el grupo de amigos, a desarrollar ideas propias y a veces distintas a las familiares, a gestionar la aceptación, el rechazo, y las distintas emociones según vayan surgiendo. En la adolescencia los hijos pasan más tiempo con los amigos que con los padres.
Los amigos en esta etapa del ciclo evolutivo cobran protagonismo, y esto no significa que dejen de querer a sus padres, o que los quieran menos, esta fase los ayuda a despegarse de sus progenitores, y así poder empezar a construir nuevos vínculos con otros adolescentes fuera del grupo familiar. Es quehacer de los padres hacer lugar a esto y aceptarlo como parte del sano desarrollo de los hijos.
La relación padres e hijos, a diferencia de la relación entre amigos, es una relación asimétrica, En la cual los padres con respecto a sus hijos ocupan un lugar de mayor “autoridad”. La relación entre padres e hijos no es una relación entre iguales.
Por definición, hay una diferencia que es intrínseca a cada relación y que debemos respetar por el bien de los hijos.
Cada vez que como padres funcionamos como amigos de nuestros hijos, dejamos el rol de padre o madre vacante, los dejamos huérfanos simbólicamente.
Los hijos no necesitan que sus padres sean sus amigos, ya tienen sus propios amigos, o esa es la idea, que los tengan, que construyan esos vínculos de amistad fuera del grupo familiar.
Los hijos necesitan tener como referentes a esos adultos mayores y responsables con los que pueden contar cuando lo necesiten. El saber que pueden contar con el adulto les transmite seguridad. El adolescente es alguien en crecimiento. Y si bien puede mostrarse enfadado y menos dispuesto a pasar tiempo con los adultos, todavía los necesita y mucho.
“La juventud quiere mejor ser estimulada que instruida”. Goethe.
Forma parte del ser padre el hecho estar en la medida de lo posible cuando los hijos lo requieran. Encontrar esa distancia óptima entre padres e hijos adolescentes no es algo fácil.
La idea es encontrar esa distancia ni tan cercana que los invada y que haga que se alejen en busca de su propio espacio, ni tan lejana como para hacerlos sentir solos. La distancia adecuada es aquella que les permita a los padres acompañar a sus hijos adolescentes en este período de su desarrollo, estar presentes en su vida, saber de sus intereses, de sus amigos, de sus gustos, alegrías y tristezas sin invadirlos, es decir, respetando sus tiempos. Tiempos para comunicarse, para abrirse, para hablar.
Parte de encontrar esta distancia tiene que ver con el aceptar que hay cosas que los hijos no querrán compartir con sus padres. “Me lo tienes que contar todo”, “Entre nosotros no puede haber secretos”, “Además de ser tu madre soy tu amiga”, “Ya no quieres pasar tiempo con nosotros, y la familia es lo primero”.
Atención a estas frases porque desconocen el sano desarrollo de un adolescente. Hay temas, e intereses que los adolescentes compartirán con sus pares, y no con sus padres. Son dos relaciones distintas y necesitan de ambas. Como padres respetar y aceptar estos espacios es crucial. El adolescente no deja de ser ese niño que ama a sus padres, solo que ahora es un adolescente y necesita separarse de los mismos para transformarse en un joven capaz de desplegar su sexualidad, y construir vínculos afectivos fuera del grupo familiar.
Para entender a un adolescente nada mejor que recordar y viajar un ratito a nuestra propia adolescencia. Pensarnos en aquellos momentos. En aquellos instantes en los que mirábamos la vida con ojos de adolescente.
Hasta el próximo posti y citando a Pierre Benoit, “De mis disparates de juventud lo que más pena me da no es el haberlos cometido, sino el no poder volver a cometerlos”.
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