“No hay peor fracaso que no intentarlo por miedo a fracasar”
mayo 4, 2024
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“¿Y si valoramos el mérito más que el éxito?”

Cuando hacemos algo dando lo mejor que podemos dar, dejando el alma en eso que para nosotros es importante y aún así el resultado no es el esperado, deberíamos sentirnos satisfechos y orgullosos por el honroso hecho de haberlo intentado. Sin embargo, muchas veces nos embriaga un amargo sabor a fracaso. Una voz interior nos dice, “Lo hiciste mal”, “Fallaste”, “No servís para eso”, “Perdiste el tiempo”.

Si el fracaso tomara el aspecto de una persona, probablemente sería alguien con un juicio moral muy severo a quien no le temblaría el pulso a la hora de señalarnos con el dedo y vociferarnos a la cara, “Lo hiciste pésimo”. Ante lo cual presos del desánimo y sintiéndonos hijos de la derrota difícil se nos haría mirar al fracaso a los ojos y decirle, “Sí, he fracasado. Y qué?”.

¿Acaso mi valía personal está en juego?, ¿Por haber fracasado valgo un poco menos?, ¿Acaso no estamos más llenos de fracasos que de éxitos?, ¿En qué sagradas escrituras dice que fracasar nos convierte en perdedores? ¿Acaso no hay mejor perdedor que aquel que después de valorar hasta el infinito todo aquello que puede salir mal, decide no hacerlo para ahorrarse la derrota?

“La mayor parte de los fracasos nos vienen por querer adelantar la hora de los éxitos”. (Amado Nervo).

Sí, lo he intentado y salió al revés, y qué?. ¿Y qué me va a pasar? Me va a pasar que al final de mis días cuando la muerte venga hacia mí y me coja de la mano, miraré hacia atrás el recorrido de mi vida y podré decir, “No estuvo mal, lo he intentado una y otra vez cada vez que tuve ganas, y que así lo decidí.  A veces, con final feliz, otras veces desgraciado, pero siempre satisfecho por la labor realizada”.

Pocas cosas deben ser más trágicas que la muerte nos sorprenda sin antes haber intentado aquello que para nosotros era importante.  

Si la vida es un juego, ¿Por qué no jugar?, ¿Por miedo a perder? Se imaginan en un grupo de niños a algunos de ellos sin jugar por miedo a perder?. ¿Acaso al no intentarlo no hacemos lo mismo?. ¿Qué puede ser tan importante como para no intentarlo?.

“El fracaso fortifica a los fuertes”. (Antoine de Saint-Exupéry).

Mirar al mundo en blanco o negro nos lleva a creer que las cosas tienen que salir bien o mal. Las cosas salen de muchas maneras, bien, mal, regular, más o menos, excelente, brillantemente y así podríamos seguir enumerando resultados. Salió como salió. Salió como nos salió. Si a la hora de hacer algo el resultado solo dependiera de nosotros, este posti no tendría sentido porque con solo esforzarnos tendríamos el logro garantizado.

La vida es un poco más compleja. Todos sabemos que el esfuerzo, las ganas, el comprometernos con nuestro deseo nos van a ayudar a acercarnos hacia aquello que para nosotros es valioso, sin embargo, ese esfuerzo no nos asegura el final que queremos.

Aquí aparece la famosa incertidumbre. La falta de certeza. ¿y si no sale como quiero? ¿Qué puedo hacer para que salga como deseo? ¿Si me esfuerzo y me entusiasmo en vano?

Nada nos asegura el final que nos gustaría. La incertidumbre nos conecta con el vacío. El vacío con la angustia. Y aquí se abre la oportunidad de dejarnos ser en esa angustia. Sentir la angustia. Observar ese vacío en nosotros. Permanecer allí un momento. Y preguntarnos, ¿qué es importante para mí en este momento de mi vida? Y lo que sea que para cada uno sea importante debe ser como una brújula que nos orienta, que nos muestra el norte. El norte de cada uno.

Ese norte que nos invita a tomar las decisiones que nos acerquen al mismo. Si para alguien es importante aprender un idioma, cambiar un hábito de comportamiento, empezar a comer sano, sacarse una carrera, o lo que sea que para la persona sea valioso, el valor que representa ese logro debería guiar nuestros pasos.

Eso que para nosotros es importante debería ser como un faro que ilumina las decisiones que tomamos en el día a día. Al decidir deberíamos observar si eso que estamos decidiendo nos acerca a eso que tiene valor para nosotros. Y de lo contrario desistir.

Cuando le hacemos caso al miedo a fracasar nos dejamos guiar por la oscuridad. En medio de la oscuridad es fácil desviarnos del camino que nos acerca hacia donde vamos.

Escuchar el miedo al fracaso empobrece nuestra vida. Nos distancia de aquello que la ilumina como son los proyectos, el perseguir una meta, comprometernos con nuestros sueños.

“Algunas caídas son el medio para levantarse a situaciones más felices”. (William Shakespeare).

¿Si dejamos de ver al fracaso como a un demonio? ¿Si empezamos a entenderlo como partícipe necesario en la adquisición de un logro?.

¿Si dejamos de equiparar el fracaso a ser un fracasado? Detrás de cada fracaso hay un riesgo que se corrió, un sueño que se quiso alcanzar, un miedo que no nos secuestró, una incomodidad que nos permitimos gracias al afán de abrazar una meta.

Detrás de cada éxito anidan fracasos. Fracasos sin los cuales el éxito no sería posible.

¿Acaso vivir no va de superar muchos fracasos? Hoy decido abrazar cada uno de mis fracasos. Hoy decido darle las gracias a los intentos fallidos.

Hoy decido sentir gratitud por todas las veces que lo intenté, aunque todo haya salido al revés.

Hoy también decido apreciar a mis éxitos, porque en ellos encontré el reconocimiento necesario para asumir nuevos retos.

Hoy decido sumarme a todos aquellos que valoran más el mérito que el éxito.

Hasta el próximo posti y recuerda que el éxito está regado de fracasos.

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Podcast Psicología Betina A. Speroni.