“Dejarnos ser en el dolor”
¿No sabemos sufrir, no nos gusta sufrir, no queremos sufrir, no nos enseñan a sufrir? Tal vez nos pasa un poco de todo esto. Nos resistimos al dolor.
En este posti te invito a reflexionar sobre la relación que cada uno de nosotros tiene con el sufrimiento, y en cómo esta relación va a condicionar en buena medida cómo vivimos y cómo nos relacionamos con las cosas que nos suceden.
Me gustaría comenzar recordando la diferencia entre dolor y sufrimiento. Entendemos por dolor aquella parte inherente a la vida que tiene que ver con nuestra propia mortalidad, con el saber que estamos aquí y ahora vivos en este presente y programados para morir en algún momento. El dolor que tiene que ver con las pérdidas de personas y cosas significativas para nosotros. El dolor de los sueños no cumplidos. El dolor ante enfermedad. La injusticia que caracteriza a la vida.
Y por sufrimiento entendemos a aquellos pensamientos y creencias que intensifican el dolor inmanente al ser humano. Si ante el dolor de perder a alguien amado pienso que no me voy a reponer más, que mi vida está condenada a la oscuridad y a la aflicción empiezo a sumarle sufrimiento al dolor consustancial de todo duelo.
Hecha esta diferencia vamos al lío.
Dice Tich Nhat Hanh, “Cuando aprendes a sufrir, sufres mucho menos”. Algunas escuelas de psicología sostienen que la evitación del sufrimiento no hace más que alimentarlo. Si vas a evitar algo evita evitar. Exceptuando aquellos casos en los que la evitación nos saca de un peligro. Como por ejemplo evitar tocar una plancha caliente.
Es decir, cuando realizamos conductas evitativas con la finalidad de no sufrir o quitarnos el sufrimiento, paradójicamente sufrimos más.
Otros lineamientos teóricos muestran que la aceptación plena y consciente del dolor si bien no lo modifica lo hace más tolerable y admisible. En los casos de dolor crónico esto no es poca cosa.
¿Y nosotros en el día a día que solemos hacer? Salvo que seamos un monje budista tendemos a pelearnos con el sufrimiento. ¿Por qué a mi? ¿Por qué ahora? Muchas veces empezamos a negociar con la vida, con Dios, con la suerte. Si me sacas de esta te prometo que haré tal o cual cosa, o seré buena para siempre.
Nos resistimos a sufrir. Deseamos no sufrir. Pero al mismo tiempo sabemos que el dolor y la vida son inseparables. Que lío.
Es como querer separar lo inseparable. Vivir es sufrir, pero no queremos sufrir.
Vivir no es solo sufrir, claro. Estamos diciendo que el sufrimiento es una parte fundante de la vida, no es toda la vida, por supuesto. En términos generales podríamos decir que nuestra relación con el sufrimiento no es muy buena, por no decir que es mala. ¿Será posible mejorar nuestra calidad de vida sin modificar nuestra relación con el dolor?, ¿Cómo nos podría beneficiar un cambio en esta relación?, ¿Cómo aprender, de quiénes aprender, dónde aprender?.
Como practicantes tenemos sobrada experiencia en sufrir. Todos hemos o estamos sufriendo. La pregunta es si estamos sufriendo bien o mal.
“Más allá de la mente no hay sufrimiento. El dolor es esencial para la supervivencia del cuerpo, pero nadie te obliga a sufrir”. Sri Nisargadatta.
Resistirnos al sufrimiento como la leña al fuego lo aviva. ¿Es posible una vida sin sufrimiento? Sabemos que la respuesta es no, entonces, ¿para qué resistirnos?. ¿Nuestra resistencia al sufrimiento modifica la situación? ¿Lo que antes nos hacía sufrir se desvanece como consecuencia de nuestro sufrimiento o de la oposición al mismo? ¿La renuencia al propio dolor aliviana el dolor de otros? Porque el nuestro ya sabemos que no.
Tal vez, aprender a sufrir consista en entender que así como las olas y la sal danzan juntas, el dolor no sería posible sin la felicidad, y la felicidad sería inviable sin los momentos de dolor. El contraste entre ambos posibilita la existencia de cada uno. ¿De esto no hay dudas, verdad? Sin embargo, nos empeñamos en quitarnos el sufrimiento como quien arranca la espina de una rosa.
¿Y si en vez de esa rebeldía al sufrimiento nos dejamos ser en el dolor? ¿Por qué no intentar soluciones nuevas si las que venimos utilizando no son útiles?.
Aceptar el dolor no significa ni la negación ni la trivialización del mismo. Dejarse ser en el dolor, independientemente de si el dolor es más emocional o físico. En los casos de dolor crónico hay evidencia empírica que muestra como la observación del dolor acompañada de la atención en la respiración, dejando el anhelo de deshacerse del mismo, caminando en la búsqueda del sí, del sí al dolor, lo hace más tolerable. ¿No es poco, verdad?.
Como si nos dijéramos a nosotros mismos, sí , me duele. Y con este dolor mi vida es espléndida y plena. No estamos diciendo perfecta. Ni estamos esperando a la desaparición del sufrimiento para que nuestra vida sea lo maravillosa que debe ser.
Si para tener una vida plena es condición sine qua non no sufrir, pues directamente no seríamos felices nunca, o en muy contadas ocasiones. Nos han vendido y nos siguen vendiendo este mensaje. Nos venden esa idea de que la felicidad es eso que está por venir.
“El sentido de la vida consiste solamente en el propio acto de vivir”. Erich Fromm.
Nos timan con el discurso más o menos explícito según el cual la felicidad advendrá cuando ganemos más dinero, cuando estemos más formados, cuando tengamos más experiencia, cuando seamos más delgados, cuando estemos en pareja, o con hijos, en resumen, cuando seamos otro distinto al que somos ahora.
Paradójicamente cuanto más nos alejamos de nuestra verdadera esencia, de nuestro ser, de quienes somos, menos felices o a gusto estaremos con nuestra propia vida. Por ahí no es.
¿Por dónde es entonces? Por aquí. Es ahora. Es en este instante. En ningún otro momento podremos ser felices más que en el momento presente. ¿Y pero si ahora me duele la vida, o la muerte de un ser querido, o la pérdida del trabajo, o de ese sueño que le daba sentido a mi vida? ¿Cómo es posible ser feliz ahora en medio de tanto dolor?.
Dolor y plenitud se llevan muy bien juntos. Sentirse pleno no quiere decir sentirse alegre o con ganas de saltar. Dejarme ser en el dolor, es tocar la vida. Tocar y maravillarme con la vida como es no como a mi me gustaría que sea.
Cuando abrazo el dolor, cuando le hago espacio en mi presente, cuando confío en esa emoción, en eso que estoy sintiendo, en eso que me está pasando, sin oponerle resistencia, en esos momentos vivo conscientemente.
En esos momentos me hago presente en mi vida. La acepto tal cual es en este instante. Me dejo ser y respirar en la misma.
No hay nada que evitar. Nada de qué defenderse. Nada de qué ocultarse. Nada que temer.
Solo hay vida. La vida es sufrimiento y felicidad. Hacemos espacio al dolor, lo abrazamos, y nos dejamos ser tanto en el dolor como en la ventura.
Hasta el próximo posti y citando a Erich Fromm recuerda, “Aceptar las dificultades, los contratiempos y las tragedias de la vida como un desafío que, al superarlo, nos hace más fuertes”.
Podcast Psicología Betina A. Speroni.
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