La renuncia como solución intentada
Cuando algo se torna difícil tenemos dos opciones, o hacemos del obstáculo el camino, o renunciamos al mismo. Ambas decisiones son respetables. Pero las consecuencias de unas u otras son diferentes.
En este posti te invito a reflexionar sobre las consecuencias de la renuncia como solución intentada ante las adversidades.
Una vida sin adversidades es tan impensable como una rosa sin espinas. Y tan hermosa como la rosa, su perfume y sus espinas, es la vida junto al misterio que la rodea.
Desde la muerte de un ser querido, al aprendizaje de algo nuevo como una carrera, o un idioma, o un instrumento, o un deporte, entre muchas otras cosas, vamos a tener que transitar un proceso largo, difícil y doloroso. No estoy comparando estas situaciones, solo intento mostrar que el común denominador en todas es el cambio, y que el cambio duele.
Los cambios son un desafío, nos frustran, pero al mismo tiempo son un tibio baño de humildad que nos inmunizan frente a futuros dolores, perdidas y aprendizajes.
“El cambio es un proceso, no un evento”. Paul Watzlawick.
Frente a un nuevo reto nos sentimos vulnerables y en falta. Si quiero aprender un nuevo idioma es porque no lo se, si quiero aprender a conducir es porque me falta ese conocimiento o destreza, si deseo cicatrizar la herida de la muerte de un ser querido, es porque todavía no se ha cerrado.
¿Estos procesos son fáciles? Claro que no. Son procesos arduos, discontinuos porque no siguen una línea, a veces se avanza y otras se retrocede, pero siempre se aprende.
Son procesos largos, que requieren esfuerzo, implicación, entrega y muchas ganas. Son procesos personales, no a todos les llevará el mismo tiempo, ni aprenderán de igual manera, ni con el mismo método, ni haciendo las mismas cosas.
Les decía que estos procesos necesitan esfuerzo y muchas ganas, y me parece importante detenerme aquí, ¿Por qué? porque si a la falta de ganas las cocino con poco esfuerzo, y escaso trabajo, solo me queda rociar esta preparación con un poco de miedo, y pensamientos derrotistas como por ejemplo, “No lo conseguiré”, “Los otros son mejores que yo”, “Todo lo hago mal”, “No soportaré un nuevo fracaso”, y ya tengo la renuncia como solución intentada ante el problema.
Que en realidad no es un problema sino una dificultad. Porque el proceso de aprender algo nuevo es una dificultad. Pero depende de como yo me relacione con esa dificultad para que pueda convertirse en un problema. Vamos a un ejemplo, iniciar el aprendizaje de un idioma es algo difícil, si voy a las clases, hago los ejercicios, y estoy al día con el material, me permito los errores y le doy la bienvenida a las equivocaciones como una oportunidad inevitable para aprender, me voy acercando, a pesar de la dificultad, a mi objetivo de aprender el idioma nuevo.
En este caso la dificultad no me impide avanzar hacia mi objetivo, ni deviene en problema.
La dificultad es un obstáculo ante la consecución de un logro.
Si por el contrario, cuando cometo un error me siento torpe, inútil, un desastre con respecto a los demás, y creo que voy a ir a peor, es probable que en estas situaciones me sienta ansioso, preocupado, y que la ansiedad se intensifique y me impida pensar con claridad, preste menos atención, confirme mi creencia original de ser un inepto, y consecuentemente termine renunciando. Y transformando una dificultad inicial en un problema.
Como podemos ver en este ejemplo la renuncia forma parte del problema, no de la solución.
La idea no es demonizar la renuncia, ya que en algunos casos la renuncia tiene que ver con un mecanismo de autoconservación luego de valorar que se ha hecho lo suficiente. El mundo animal nos ofrece muchos ejemplos de este tipo de renuncia.
En nuestro caso hago referencia a la renuncia como a aquella solución tentativa pasiva.
¿La renuncia nos ayudará a sentirnos mejor o peor? La mayoría de las veces peor. Cuando hago esta pregunta en consulta la respuesta que recibo por parte de la persona es que al renunciar se siente peor. Al renunciar a aquellas actividades, proyectos, propósitos e iniciativas que nos hacen bien, nuestra vida empieza a empobrecerse, y la imagen de nosotros mismos a impregnarse de falta de confianza, de inseguridad, de incompetencia, de desvalor e inferioridad.
Como podemos ver la renuncia forma parte del problema. La renuncia nos engaña prometiendo un alivio que es fugaz. Es un alivio instantáneo que rápidamente se convierte en algo que nos incapacita y nos ancla en el malestar.
La renuncia como remedio forma parte de la enfermedad. Si te encuentras en este momento de tu vida renunciando a algo que para ti es importante y tiene valor, si la renuncia te dice al oído que te quedes en la cama, que para qué te vas a desafiar aprendiendo tal o cual cosa, te invito a que te preguntes si al renunciar te sientes mejor o peor.
A veces no se trata de renunciar si no de descansar, de tenernos paciencia, para luego valorar nuestra situación desde otra perspectiva.
Renunciar es sentenciarnos a la desolación, es morir poco a poco, es dejarnos marchitar. La renuncia como respuesta pasiva forma parte del problema, no de la solución.
Hasta el próximo posti y citando a Helen Keller recuerda que, “No soy la única, pero aún así soy alguien. No puedo hacer todo, pero aún así puedo hacer algo; y justo porque no lo puedo hacer todo, no renunciaré a hacer lo que sí puedo”.
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