“Lo mejor es enemigo de lo bueno”. Voltaire
La perfección promete alcanzar una excelencia que no cumple. La persona perfeccionista se topará inevitablemente en algún momento con la insatisfacción. ¿Por qué? porque la perfección es aquello que no se alcanza. Es ese lugar al que nunca se llega. Es ese espejismo a mitad de la carretera que se desvanece ante nuestros ojos a medida que nos acercamos.
En este posti reflexionamos sobre el agotamiento que produce el intentar algo que en sí mismo es inalcanzable.
Si entendemos por perfección aquello que no tiene errores, ni falencias, ni defectos, ¿A qué o a quien sería posible atribuirle el carácter de perfecto? En esta vida la mayoría de las cosas son mejorables, corregibles, modificables, y los seres humanos no quedamos ajenos a esto.
Nadie es perfecto. La vida tampoco lo es. La vida es maravillosa, pero no se caracteriza ni por ser justa ni perfecta. Y sin embargo, es asombrosa.
Y si bien todos podemos ser un poco mejores, corregir patrones de comportamiento disfuncionales, modificar nuestros diálogos interiores, aprender nuevas formas de responder a las situaciones que nos presenta la vida, desarrollar hábitos de autocuidado, mejorar nuestra alimentación, incorporar actividad física en el día a día, no vamos a ser perfectos.
Podemos mejorarnos pero aún así seguiremos siendo seres imperfectos. Y no hay nada malo en ser así. En todo caso es una condición que está más allá de nosotros.
El problema no está en ser imperfectos, sino en buscar una perfección que no existe.
¿Y si en vez de cerrarle la puerta a la imperfección, la dejamos entrar? Dejar entrar la imperfección no significa hacer las cosas a medias, ni hacerlas así no más para sacármelas de encima, como tampoco significa hacer lo que tengo que hacer sin implicarme, sin estar presente, sin dar lo mejor de mi en lo que hago y en lo que me compete.
¿Qué significa dejar entrar la imperfección a nuestra vida? Lo resumiría diciendo que la imperfección tiene que ver con querer ser la mejor persona que cada uno pueda ser, versus el querer ser la mejor persona de todas. Una cosa es querer ser la mejor madre, o amiga, o esposa que podamos ser, y otra cosa es querer ser la mejor madre, amiga o esposa.
No es lo mismo cuidar nuestra alimentación, que pretender sostener una alimentación impecable, sin absolutamente nada que no esté permitido. Una cosa es hacer un trabajo, un examen, un proyecto, de manera responsable, cuidadosa, con esmero, y otra es querer que ese proyecto, examen o trabajo no tenga ningún error, esté impoluto, e inmaculado.
Practicar actividad física y comer sano es una conducta de autocuidado, querer tener el mejor cuerpo nos esclaviza.
Esto segundo allana el camino a la autoexigencia, y a la insatisfacción. ¿Por qué? porque el perfeccionista aún cuando hizo un muy buen trabajo, generalmente se va a focalizar justamente en ese pequeño error o fallo que le va a recordar que lo podía haber hecho mejor, y entonces, en vez de disfrutar por el buen trabajo realizado, se lamenta por la “manchita”.
Y la “manchita” deja de ser el fondo para convertirse en figura, y entonces el perfeccionista hace más hincapié en el fallo que en todo lo que estuvo bien. Entonces nunca está satisfecho.
Y si bajó de peso siempre puede bajar un poco más, y si ya estudió lo suficiente siempre le queda algo por repasar, y si aprobó el examen con una muy buena calificación, se lamenta por el pequeño error, y así transcurre su vida entre exigencia, insatisfacción, lamentaciones y autorreproches. ¿Se puede salir de este bucle? ¿Cómo se sale?.
Los seres humanos no estamos hechos en serie. Por lo tanto, no hay recetas únicas que nos sirvan a todos, pero a modo general podemos decir que difícilmente podamos salir de este círculo si no empezamos por permitirnos pequeños errores, pequeñas “manchitas”.
Si un día o dos o los que sean, y por el motivo que sea, no puedo ir al gimnasio, puedo escuchar a esos pensamientos que me dicen, “Tanto trabajo para nada”, “Vas a tener que entrenar el doble”, “El cuerpo no se va a ver como antes”. Es decir, puedo escuchar a este ruido mental, o puedo recordarme que, “El verdadero control es aquel que admite cierto grado de descontrol”. Giorgio Nardone.
Abrazar esos días en que no pueda entrenar, por ejemplo, como una hermosa oportunidad para dejar entrar en mi vida la imperfección, es una manera de empezar a renunciar a ese ideal que aunque nos dejemos nuestra vida es imposible alcanzar.
Tenemos que saber que el control conduce al descontrol. El control excesivo es insostenible a largo plazo.
Detrás de un perfeccionista hay un controlador.
El error y la equivocación forman parte de lo humano, intentar deshacernos de los mismos es una batalla perdida que nos condena a la insatisfacción.
Buscando la perfección nos negamos el placer. Ese placer que viene de los logros conseguidos.
Si me centro en eso que no debí haber comido, en el error que cometí en el examen, en lo que le dije a mi hijo, en la crítica que recibí, en lo mal que tengo el pelo hoy, ¿Cuándo me voy a sentir bien? Si para sentirnos bien todo tiene que estar perfecto, no vamos a ser felices nunca.
Hasta el próximo posti y recuerda cuánto sufrimiento innecesario nos ahorraríamos si en vez de perseguir la inalcanzable perfección, nos focalizaríamos en hacer lo mejor que podemos, en dar lo mejor de nosotros, y disfrutar de lo que hemos hecho, independientemente del resultado. Independientemente del error y de la “manchita”.
Puedes visitar mi canal de YouTube Betina A. Speroni.
Podcast Psicología Betina. A. Speroni.