“Si con la verdad solo vas a herir, entonces dejas de decir una verdad para causar una herida”
En este posti te invito a reflexionar sobre un tema que suele salir en consulta, y es sobre la conveniencia o no de decirle a la pareja que se ha estado con otra persona. Desde luego, hay muchas variantes, está quien solo ha estado tonteando con alguien, quienes han llegado a un beso, quien ha dado un paso más en ese flirteo, pero independientemente del caso nos centraremos en la vivencia de sentir que se hizo algo que no estaba bien.
Y en como desde ese malestar, muchas veces, se plantea la posibilidad de sincerarse con la pareja y de contarle lo sucedido, ya sea como un intento de hacer algo con la culpa, para ser exculpados, otras veces, porque se quiere empezar a hacer las cosas bien, dejar atrás lo que se hizo y ser honestos con lo que sucedió, o tal vez porque la pareja hace preguntas y no se quiere seguir mintiendo, y entonces por diferentes motivos se llega a la pregunta de cómo decirle a la pareja que se tonteó con otra persona, sabiendo que al hacerlo se va a lastimar al otro.
¿Cómo se lo digo? La sola idea de sincerarse con la pareja suele disparar ansiedad, anticipación, y entonces la mente empieza a repasar escenarios catastróficos, el sentimiento de culpa muchas veces hace lo suyo, “¿cómo pudiste hacer algo así?”, “Una buena persona no se comporta como lo has hecho”, “si se entera te deja”.
A medida que la ansiedad se incrementa la mente se nubla más y más, y cada vez se piensa con menos claridad.
La idea de este posti es intentar pensar con un poco más de claridad una situación sensible como esta, y se me ocurre empezar con algunas preguntas.
¿Siempre y en todos los casos será conveniente decir la verdad?, ¿Cuál es el propósito de decirlo?, ¿Confesar lo sucedido ayudaría a seguir construyendo la pareja que queremos tener?.
Alguna vez alguien en consulta se inquietaba al preguntarse cómo decirle a su pareja que había tonteado con otra, sabiendo que al decírselo la iba a lastimar, aunque por otro lado, consideraba que necesitaba hacerlo para sentirse bien consigo mismo, o menos mal por lo que había hecho.
Como un intento de hacer algo con la culpa, aparecía la confesión, como una forma de expiar un pecado. Y aquí la pregunta es, “¿Pero y con el otro qué?”, “¿Acaso creo que el otro al escuchar mi confesión no va a sufrir”. “¿Merece la pena generar ese sufrimiento?”, “¿La confesión ayudará a reparar lo que se hizo, o por el contrario agravará la situación?”, “¿Estoy preparado para lo uno o para lo otro?”.
El tema es pensar si por estar tan atentos a lo que nosotros necesitamos, dejamos de mirar al otro, y entonces no tenemos en cuenta la repercusión que nuestra confesión puede tener sobre la otra persona.
“Si con la verdad solo vas a herir entonces dejas de decir una verdad para causar una herida”.
Como todos sabemos no hay manera de saber como va a recibir el otro una confesión de estas características, más allá de asumir que no va a estallar de alegría, ni encontrará en la misma un motivo para celebrar, no podemos dimensionar la repercusión emocional que puede tener en el otro, como tampoco podemos saber de antemano lo que va a decidir hacer con eso que escuche.
Del mismo modo que tampoco nosotros podemos saber como reaccionaríamos en esa situación, como mucho podemos imaginarnos lo que haríamos al escuchar algo así, hay que tener en cuenta que entre la imaginación y la realidad hay una diferencia.
Volviendo a las preguntas, ¿Cuál sería el propósito que movería a alguien a querer confesar lo que hizo?. Esta pregunta es clave, porque no es lo mismo estar movido por el arrepentimiento, que por el sentimiento de culpa, y el consiguiente remordimiento, o por el pensamiento mágico de ser perdonado y de seguir adelante con la relación.
Quien está movido por el arrepentimiento se encuentra en buenas condiciones de hacer algo distinto, el arrepentimiento nos propulsa al aprendizaje, o por lo menos debería ser una de las funciones del mismo, empujarnos a hacer algo diferente a aquello de lo que nos sentimos arrepentidos.
Es decir, asumir nuestro error y pensar otros posibles comportamientos y respuestas en situaciones similares. Responsabilizarnos por la decisión que tomamos en ese momento, sin condenarnos a darnos latigazos infinitamente. La eterna autocondena como forma de castigo al error cometido no soluciona nada.
“Tenemos que permitir que la culpa nos recuerde hacerlo mejor la próxima vez”. Verónica Roth.
Por otro lado, quien se siente impulsado a confesar lo que hizo por el sentimiento de culpa,
muchas veces está más atento a la expiación del “pecado” cometido que en la reparación y el aprendizaje del mismo. Y entonces nos encontramos con personas más centradas en la limpieza de su propia consciencia que en la repercusión de su accionar sobre el otro, y por ende, sobre el vínculo. Se deja de mirar al otro y se pone la atención en uno, en lo que se hizo, en lo que se necesita, en cómo ser perdonado, en cómo seguir adelante con la relación, atendiendo menos a lo que el otro decida hacer con eso que le hicimos.
Por último la persona que se siente lanzada a la confesión por su afán de sincerarse, de ser honesto y de sacarse un peso de encima, de encima de su conciencia moral podríamos decir, puede hacer uso sin darse cuenta del pensamiento mágico, y creer que la confesión sentida y honesta, más allá del sufrimiento causado traerá y casi como única salida el perdón del otro y la consiguiente continuación de la relación.
En resumen, si es que se puede resumir un tema tan complejo y con tantas variables posibles, debemos tener en cuenta que no hay manera de saber lo que la otra persona va a decidir hacer con esa confesión. No es posible saber la manera en la que va a recibir eso que se le diga. No hay control sobre lo mismo.
Lo que sí sabemos, es que esa confesión invariablemente va a causar un sufrimiento en el otro, pero como venimos diciendo no sabemos qué va a decidir hacer el otro con su sufrimiento.
En este punto me parece importante que cada uno pueda reflexionar sobre lo que le impele a confesarle a su pareja lo que hizo.
Cada caso es único. Cada pareja es un universo. Cada persona toma sus decisiones, las mejores que puede tomar en cada momento y según sus circunstancias.
Tal vez, este tema nos muestre la importancia de responsabilizarnos de nuestros actos, de nuestros comportamientos, y de las consecuencias de los mismos, tanto sobre nosotros como sobre los demás.
Lo que hacemos tiene consecuencias. La confesión o no de lo que se hizo también tiene sus consecuencias.
La decisión del otro frente a lo que hicimos, debería contar con nuestra aceptación incondicional. En este caso estamos aceptando incondicionalmente las consecuencias de nuestro propio accionar. Si bien es cierto que la pareja es una danza que se baila de a dos, también es cierto que el estar con otra persona, cuando la pareja no está abierta, por supuesto, es una decisión que se toma personalmente, así como se ha decidido eso se pudo haber decidido otra cosa.
Atribuirle al otro la responsabilidad de nuestro comportamiento, “Si no hubieras hecho tal cosa, entonces yo no hubiera hecho x”, conduce a un callejón sin salida, y a una escalada de recriminaciones mutuas que no aportan nada, y que terminan perpetuando el problema ya existente.
“No todas las verdades se dicen”.
Hasta el próximo posti y parafraseando a Bill Watterson recuerda que, “No hay problema tan malo que un poco de culpa no pueda empeorar”.
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Podcast Psicología Betina A. Speroni.