“Hombre soy, y nada de lo humano me es ajeno”. Publio T. Africano
¿Quién no conoce esos momentos en que todo se torna un caos? Esas horas o días demasiado largos, que parecen encaprichados en querer enseñarnos qué es la eternidad, momentos para el olvido que parecen amenazar con quedarse para siempre, como si la existencia fuera una fiesta a la que no estamos invitados, y nosotros mirando desde fuera con nuestros pensamientos revueltos, con las ganas por el piso, sin recordar que era el entusiasmo.
En este posti te invito a reflexionar sobre esos días difíciles e inherentes a la condición humana. Esos días en los que todos hemos estado, o estamos o estaremos. No es una profecía, es la vida. Sí, hay un malestar intrínseco a la vida. Malestar con el que tenemos que aprender a convivir, aprender a aceptarlo, recibirlo sin oponerle resistencia alguna.
¿Cómo? Si te gustaría ahondar más en este tema te recomiendo el libro de Steven Hayes, “Sal de tu mente, entra en tu vida”. En términos generales, nosotros tendemos a querer dejar de sentirnos mal, queremos quitarnos la ansiedad, el miedo, el dolor, la tristeza, la frustración, etc. y buscamos diferentes maneras, a veces, técnicas o ejercicios que nos puedan ayudar a sentirnos mejor. Y paradójicamente como plantea Steven Hayes no se trata de sentirse mejor, sino de sentir mejor.
Siguiendo a Giorgio Nardone la evitación como solución intentada produce un efecto amplificador, es como si operara bajo el lema, “Menos me quieres, más me tendrás”. Más nos esforzamos en no pensar en algo, y más vamos a pensar en eso que no queremos pensar.
Nos empezamos a pelear con eso desagradable que estamos sintiendo, no queremos experienciar el malestar, “evitación experiencial” como se llama en la Terapia de Aceptación y Compromiso, y entramos en una lucha interior con nosotros mismos. Y esa lucha nos aleja de lo que es importante para nosotros.
Esa lucha nos consume mucha energía. Y lo peor y más importante es que no soluciona nada. ¿Por qué? porque al malestar y al dolor inherente a la vida hay que afrontarlo. Hay que hacerle un espacio y un lugar en nuestra vida. Permitirnos contactar con el mismo, sin huir, sin miedo a quedar atrapados en él.
Volviendo a nuestro ejemplo inicial, cuando estamos en esos días en que todo sale para atrás, permitirnos estar así, acoger ese malestar, que es desagradable y muy displacentero, por supuesto, pero ese malestar no vino a quedarse con nosotros para siempre, y cuanto mayor sea nuestra resistencia al mismo, más tiempo estará con y en nosotros. Pero en este punto cuidado, porque nos podemos hacer trampa.
Cuando hablamos de aceptar incondicionalmente aquello que nos duele, hacemos referencia a una actitud, como la llama Steven Hayes, actitud de disponibilidad, de “estar dispuesto a” recibir aquello que estamos sintiendo, es decir, a recibirlo genuina y desinteresadamente como parte de lo que estamos viviendo, pero no como una estrategia para deshacernos de eso desagradable.
Cuidado aquí. Porque hay una diferencia entre aceptar lo que estoy sintiendo como parte de lo que me toca experienciar en cada momento, y de “aceptar” lo que estoy sintiendo como una técnica para dejar de sentirlo. En este último caso no funciona.
Sintiendo el dolor estamos en mejores condiciones para sentirnos mejor. ¿Se acuerdan? Sentir mejor, para sentirnos mejor.
Ya sea que lo que torne difícil nuestros días sea una enfermedad, una muerte significativa, el desamor, situaciones para las que no hay solución, recordemos que no solo la muerte no tiene solución, o ya sea que nos sintamos mal sin motivo aparente, a veces, es más más difícil sentirse, o permitirse sentirse mal cuando todo parece marchar bien. Independientemente del motivo si es que lo hay, recuerda que lo que sientes está bien.
Lo que sentimos nunca está bien o mal. Lo que marca la diferencia es lo que hacemos con eso que sentimos. Yo puedo estar enfadada pero no por eso puedo pegarle una patada a alguien.
El mensaje que intento transmitir en estas breves líneas tiene que ver con la importancia de aceptar lo que estoy sintiendo, de hacerle lugar y conectar con lo doloroso que pueda ser, sin resistirme, sin entrar a luchar con ese malestar. Si huyo lo amplifico.
El dolor nos hace humanos. Como seres humanos que somos estamos recorridos por muchísimas emociones, no se trata de estar siempre contentos, felices, y pum para arriba. Sentirse todo el tiempo bien no es natural, ni posible.
Gestionar bien el enfado, no significa no enfadarse más, que alguien gestione mejor la ansiedad no significa que la haya erradicado de su vida. Cada emoción tiene una función.
Gestionar las emociones es saber y aceptar que en algunos momentos nos podemos sentir desmotivados, o frustrados, o taciturnos, o perdidos, entre un mar de otras emociones. Estamos habitados por emociones. Gestionar bien las emociones es no vivir a merced de las mismas. En este caso la buena gestión de las emociones va de la mano, entre otras cosas, de la aceptación incondicional de las mismas.
Por eso cuando sientas que el dolor te sobrepasa, que tu interior está muy desordenado, que tu cabeza es un lío. No te des prisa en ordenarte de nuevo. No le agregues sufrimiento a tu dolor con pensamientos del tipo, “lo estoy haciendo mal”, “la vida a los demás les ríe y a mí no”, “soy un fracaso”.
Cuando tomamos a los pensamientos como verdades absolutas nos identificamos con los mismos, y en vez de mirar a los pensamientos, miramos la vida y nuestras circunstancias desde los pensamientos.
Recuerda que no todo tiene solución. Ni todas las soluciones son útiles para solucionar un determinado problema. Empecinarnos en encontrarle una solución a algo que no la tiene forma gran parte del sufrimiento humano.
Una vez más citando a Giorgio Nardone quien diferencia entre un problema como aquella situación para la que técnicamente existe una solución, y un hecho como una situación para la que no hay una solución, y ante un hecho cabe la aceptación y la gestión del mismo. Un ejemplo de un hecho puede ser que alguien no nos quiera, o tener un enfermedad crónica para la que no hay un tratamiento.
Hasta el próximo posti y no olvides que de vez en cuando es importante saber dejarnos en paz. En paz del acecho de nuestros propios demonios. ¿Cómo? Sin renunciar ni querer quitarnos de encima a esos intrusos pensamientos, ni al malestar que generan.
“Un día de preocupación es más agotador que un día de trabajo”. John Lubbock.
Podcast Psicología Betina A. Speroni.
YouTube Betina A. Speroni.