“No pierdas tan bellas ocasiones de callar, como a diario te ofrecerá la vida”. Noel Clarasó
Que si estás más flaquito, que si estás más gordito, que si fulanito está más avejentado, que no sabes a quien vi con el pelo canoso y lleno de arrugas. Solo por citar algunos ejemplos.
En este posti te invito a reflexionar sobre la importancia de no hablar del cuerpo del otro. Estos comentarios que mencionamos no se dirigen solo a un cuerpo, sino a quien porta ese cuerpo. Al ser humano que habita en el mismo, y que a su vez tiene con su propio cuerpo la relación que puede tener y de la que nosotros no sabemos nada.
Cada uno tiene con su cuerpo la relación que tiene. Hay quienes se llevan mejor, quienes se llevan mal, quienes se llevan fatal. Pero independientemente de cómo cada persona se lleve con su cuerpo, todos, o casi todos tienen un espejo en su casa.
Por lo tanto, nadie necesita que le recordemos lo que ya sabe, lo que ya ve, lo que ya vive, lo que ya le duele, si es que le duele, claro, o aquello que en algún momento le hizo sufrir, y aunque ya cicatrizada la herida, todavía hoy ante el recuerdo de aquel momento, de aquella frase, de aquella mirada, amaga con volver a abrirse.
Vaya uno a saber la batalla que se libra en el interior de las demás personas. Sí, personas, seres humanos con historias, con experiencias de vida, que han transitado perdidas, dolores, tristezas, desilusiones, alegrías y sinsabores que nosotros desconocemos.
Y justamente porque desconocemos lo que significa para el otro su cuerpo y cómo se relaciona con el mismo seamos prudentes a la hora de expresarnos. Como mencionábamos anteriormente, ¿para qué, con qué fin señalarle algo a alguien sobre su persona, su cuerpo, su imagen?.
“Bendito es el hombre que, sin tener nada que decir, se abstiene de pronunciar palabra alguna para corroborar ese hecho”. (George Eliot).
¿Cuál es el propósito de este tipo de comentarios? ¿Ayudarlo a que se de cuenta, a que se de cuenta de qué, de algo que posiblemente ya sabe y que lo está angustiando, o de algo con lo que se está peleando, o tal vez, de algo con lo cual está empezando a conciliarse?.
¿Es un comentario que puede ayudar? En el sentido benévolo del término, recordarle a alguien un aspecto de su cuerpo con el que posiblemente está en conflicto, así porque si, solo puede aportar malestar, dolor, enfado, frustración. Si la persona no está en conflicto con esa parte de su cuerpo allanamos el camino para que pueda estarlo.
Imaginemos un niño que crece escuchando que no debería comer tanto porque se está poniendo gordo, y a su vez es el blanco de burlas y comentarios peyorativos hacia su peso, o de comparaciones con otros niños que tienen un cuerpo esbelto y delgado.
Este niño poco a poco y expuesto a este trabajo fino por parte de su entorno ya sea familiar, educativo, de amigos, empezará a construir una imagen de si mismo devaluada. Las palabras son armas, si un niño crece sistemáticamente escuchando que no es capaz, que no puede, que no lo hará bien, se convencerá de lo que escucha. Las palabras crean realidades.
“Si no puedes hacer el bien por lo menos no hagas daño”. Hipócrates.
Por otro lado, decirle a alguien que ha perdido peso y que ahora se ve fenomenal, es decirle indirectamente que antes se veía fatal. Estos comentarios obsoletos, huelen a naftalina. ¿Alguien realmente puede creer que aportan algo? Del cuerpo del otro no se habla. No es asunto mío. Cada cual tiene con su cuerpo la relación que puede tener.
Desarrollemos el arte de aprender a callar. De saber diferenciar entre un comentario que suma y otro que resta.
Como todos sabemos la belleza es subjetiva. No hay dudas de que a cada uno le gusta lo que le gusta, y si bien los gustos no son hereditarios, no son ajenos a lo que nuestra familia, la escuela, nuestros amigos, los medios, la sociedad, a través de sus mensajes tanto explícitos como implícitos nos va transmitiendo lo que según ella es un cuerpo atractivo, agradable, lindo, o por el contrario, un cuerpo rechazable.
Como seres sociales que somos la cultura nos atraviesa, formamos parte, y necesitamos pertenecer a la misma, pero pertenecer a la misma no significa comprar a ciegas todo lo que nos vende. Durante largos años nos viene vendiendo la idea de la delgadez como un valor para agradar al otro, para resultar atractivos, en definitiva, para alcanzar la felicidad y comer perdices.
La felicidad no es consecuencia de la forma que tenga nuestro cuerpo, de si somos más o menos viejos, de si llegamos a determinada edad con más o menos arrugas. Sin entrar a filosofar sobre la felicidad reducirla a nuestro aspecto físico es un absurdo. Por supuesto que no estamos en contra de una alimentación sana, de realizar actividad física, de cuidar nuestro cuerpo y nuestra salud como el bien más preciado que tenemos.
Solo que desde el cuidado personal a considerar nuestra imagen como el camino hacia la eterna felicidad hay una brecha colosal. El pensar que nuestro bienestar viene de la mano de un cuerpo hegemónico, es una creencia errónea y generadora de sufrimiento.
Por otro lado, seguir albergando la idea de que alguien frontal, que dice lo que piensa sin ninguna autocensura es alguien que va de frente, que no miente, y por lo tanto no es un hipócrita, es también una creencia que justifica un agravio innecesario.
En nombre de la verdad podemos causar mucho daño. No se trata de ocultar la verdad sino de aprender a expresarla de manera asertiva, empática y dosificada, sin olvidar que el otro es una persona distinta a nosotros, y como no tenemos manera de saber la interpretación que hará de lo que le digamos, debemos ser prudentes.
Muchas veces el silencio es la mejor opción.
“Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio: no lo digas.” (Proverbio árabe).
Hay verdades que no se dicen. No podemos ir por la vida diciéndole al otro lo que se nos viene en mente. Hay que valorar el momento, el lugar, la persona, la relación que tenemos con la misma. Un mismo comentario que para alguien puede ser ofensivo, para otra persona tal vez no lo sea y se lo tome con humor, otro puede que no le de importancia, a otro a lo mejor le quita el sueño.
No confundamos sinceridad con sincericidio. Desarrollemos el arte de aprender a callar. No siempre es necesario decir algo. Podemos acompañar desde el silencio y siendo presencia.
Hasta el próximo posti y te comparto este pensamiento budista, “No creas nada, no importa donde lo leas o quien lo dijo, no importa si lo he dicho yo, a no ser que esté de acuerdo con tu propia razón y sentido común”.
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