¿A quién la vida no tiró de un golpe alguna vez?
septiembre 25, 2022
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Todos tenemos nuestras propias tempestades

Hay profundidades que no están en ningún lado, pero que todos conocemos.

En este posti te invito a reflexionar sobre esos días enredados, largos, difíciles, en los que todos hemos estado, estamos o estaremos.

Alguna vez intenté describir uno de esos tormentosos momentos, de la siguiente manera.

La ola de la vida, una vez más, me arrastró a sus profundidades, después me soltó y dando tumbos logré llegar a la orilla, con mi cuerpo visiblemente rasguñado por la arena y la sal que también dejaron su huella en mis ojos, tornándolos irritables.

¿Sería por lo dulce de las lágrimas, o por la sal de ese mar embravecido? No lo se. Solo se que mis ojos arden, puedo sentir la irritación.

Eso son solo los machucones visibles, pero hay otros que no se ven, que solo se sienten, se viven, duelen en lo más profundo de tu ser. De estos últimos golpes puedes hablar, puedes escribir, te pueden hacer llorar, gritar, desesperar, desear morir, pero están ahí, a tu lado acompañándote, recordándote tu travesía al fondo de ese mar oscuro, a ese lugar, al que a veces, vaya uno a saber porqué, la vida se encapricha en llevarnos.

¿A quién la vida no tiró alguna vez de un golpe seco y sin aviso, hacia el fondo de ese mar, que no está en ningún lado, pero que todos conocemos?

Desastres naturales, desastres emocionales, forman parte de nuestra existencia. De ese estar aquí. De ese estar vivos. 

No hay nada que hacer, cómo nos cuesta aceptar que estar vivos es sentirnos a veces muy contentos, otras muy tristes, otras sin remedio, a veces desolados, otras veces eufóricos, muchas otras en compañía de esa calurosa felicidad que como un paño frío ante la fiebre, siembra nuestro camino de flores, haciendo más fácil nuestro andar.

Llegar a la orilla, al menos en este caso, no es salvarse de nada, es haber bajado y estado donde teníamos que estar. ¿Para qué? ¿Por qué? A veces, nos hacemos demasiadas preguntas.

Hay momentos profundamente dolorosos que son inevitables. Atravesarlos forma parte de la vida. ¿Cómo transitar el dolor si no nos permitimos bajar a las profundidades? Vivir, o intentar vivir en la superficie, es eso. Es no ahondar. Es no ser hondos. Es esforzarnos por hacer pie. Es como vivir en el mar y temerle a las olas.

Es impensable un mar sin tempestades. Es impensable una vida sin dolor. Sin bajar cada tanto a las profundidades más temidas.

Tal vez, quién sabe, al vivirlas empiezan a ser un poquito menos temidas las tormentas de la vida, y nosotros un poquito más hondos, más profundos, más humanos, más sabios, más cercanos  al dolor del otro.

La vida es tan humana como nosotros.  Al igual que nosotros no es perfecta. Al igual que nosotros, a veces, no pide perdón, al igual que nosotros, a veces, se hace incomprensible y enredada.

Ya sabemos que la vida no es aquello que nosotros desearíamos que sea. Simplemente es. Y así esta bien.

Y aunque encontremos cosas corregibles en la misma, quizás no sea precisamente esa nuestra tarea, sino la de corregirnos a nosotros mismos. La de rendirnos a sus golpes cuando los mismos son inevitables.

La de levantarnos luego de la caída, y seguir andando aunque sea cojeando. La de descansar cuando nos falten las fuerzas, para continuar el viaje en mejores condiciones. La de confiar en nosotros mismos, en nuestros propios recursos, y en la buena voluntad de cada día.

También forma parte de nuestra tarea el regalarnos la mejor vida posible, según nuestras circunstancias. El sentirnos merecedores de todas las caricias que la vida nos brinde.

Así como en el combo de la vida no faltan los golpes, tampoco faltan los mimos.

La vida es eso que nos pasa, que nos duele, que nos emociona. Es eso que nos sucede. Es eso que no nos sucede.

Vivir es sentirnos vivos, y a veces, también muy muertos. Algunas veces con ganas, y otras sin fuerzas. Vaya mezcla de colores, de emociones, de sabores para vivenciar cada día.

Es nuestra responsabilidad el regalarnos la mejor vida posible, de acuerdo a nuestras circunstancias.

Y aunque sea cojeando, siempre seguir  hacia adelante.

Hasta el próximo posti y recuerda que la vida no es aquello que debería ser, es aquello que nos sucede, y aunque a veces nos duela, es prodigiosa.