Cuidar sin descuidarnos
En este posti reflexionamos sobre la importancia de aunar el cuidado hacia otro, con el autocuidado.
Solo así seremos capaces de ayudar a los demás sin postergarnos, ni dejar nuestra vida, como tampoco nuestros sueños en espera, de lo contrario, si nos extralimitamos y ayudamos irrestrictamente, un comportamiento altruista como ayudar a los demás, se puede convertir en una falta de amor hacia uno mismo.
“Por cuidarte renuncié a mi vida”. Esta frase en si misma no es ni buena ni mala, la diferencia está en cómo se siente quien la pronuncia. Si alguien ha decidido renunciar a su vida, para cuidar a sus padres, por ejemplo, y se siente a gusto y satisfecho con la decisión que ha tomado, perfecto. Es legítimo y valorable, para esa persona.
Pero también podemos tener el caso de alguien que después de haber cuidado a sus padres, se sienta exhausto, agobiado, postergado en distintas áreas de su vida, y preguntándose si todavía es posible recuperar parte del tiempo perdido. Este sentimiento es tan legítimo como el anterior.
También podemos encontrarnos con alguien a quien no le apetezca renunciar a su vida para cuidar a sus padres, a quienes ama, pero aún así, prefiere delegar esa ayuda en otros cuidadores, o en alguna institución. Este pensamiento es igual de legítimo que los anteriores.
Las variantes a esta misma situación pueden ser tantas como personas y circunstancias hay. Un buen ejercicio puede ser el entrenarnos para aceptar que otros puedan no pensar como nosotros.
¿Cómo piensan los que no piensan como yo? ¿Cómo me siento frente a alguien que piensa distinto a mi? Nadie tiene “la verdad”, en todo caso cada uno tiene su propia historia y vivencia de los hechos. Sin embargo, cuántos “jueces” pululando por ahí, y condenando, muchas veces, decisiones ajenas a ellos, que han sido tomadas por personas con otra historia de vida y circunstancias.
¿Dónde está el limite entre ayudar a los demás, sin olvidarnos de nosotros? ¿Cuándo se empieza a cruzar esa línea, a partir de la cual me estoy dejando de querer? ¿Esa línea es la misma para todos?
¿Cómo ayudar a una persona querida, a un familiar que está en problemas, a nuestros padres, sin dejarnos la vida en ello? ¿En qué lugar “ubicar” aquellas voces juzgonas, inevitables por cierto, que puedan no apoyar nuestras decisiones, o nuestras creencias? “¿Cómo puedes cuidar de otro, sin dejarte para lo último?
¿Cómo compatibilizar el cuidado hacia los demás, con el respeto y el amor hacia nuestra propia existencia?
Las respuestas a estas preguntas solo pueden venir de nosotros, nadie puede darnos las respuestas. Otro aspecto a tener en cuenta es que estas respuestas no tienen por que ser iguales a lo largo del tiempo, pueden variar según el momento y las circunstancias que nos acompañen.
Lo importante es que estas respuestas vengan de nosotros, y lo menos posible de esas voces exteriores que nos hablan al oído y nos recuerdan como debe comportarse, entregarse y ayudar una buena persona, un buen hijo, un buen marido, una buena esposa, una buena madre.
No es poco usual que esas mismas voces nos recuerden la ayuda que otras personas nos han brindado, pero no con el fin de desarrollar la gratitud en nuestras vidas, sino con el objetivo, muchas veces encubierto, de hacernos sentir en deuda. Atentos con esto. Hay muchas y variadas formas de inocular culpa.
Y claro que el otro, casi siempre haría otra cosa en nuestro lugar, y nosotros casi siempre, haríamos otra cosa si estaríamos en su lugar. Somos personas distintas, con historias y circunstancias distintas. Yo no soy Carlitos, ni Carlitos camina con mis zapatos. Solo tú puedes estar en tu lugar. A lo sumo alguien empático puede intentar imaginarse como se ven las cosas desde tu lugar, pero ese ejercicio de empatía no llega a colocarnos en el lugar del otro. Solo nos acerca
Y como solo tú puedes estar en tu lugar. Como solo tú puedes habitar tu vida. Como hay decisiones que solo tú puedes tomar, del mismo modo, lo que acontece en la vida de los demás no es asunto nuestro. Nuestro asunto es tener la valentía de mirarnos de frente, y de preguntarnos si nos apetece y si estamos en condiciones de prestar determinada ayuda, a determinada persona, y por cuánto tiempo, y en qué condiciones.
¿Estoy en condiciones físicas, emocionales y económicas de brindar o de seguir brindando esta ayuda? ¿Qué tipo de ayuda puedo brindar, en este momento de mi vida y de acuerdo a mis circunstancias?
Los seres humanos tendemos a oscilar entre los extremos. Y es justamente en los extremos donde se encuentra la enfermedad. Tal vez, no se trate ni de renunciar a nuestra vida por la de los demás, ni de vivir solo y exclusivamente para nosotros.
“El equilibrio es la virtud de los dioses” y si bien la idea no es ir por la vida buscando el pretensioso equilibrio, en todo caso, dejemos esto a los dioses, con darnos cuenta cuando nos estamos inclinando hacia un lado u otro, démonos por satisfechos.
Y para darnos cuenta necesitamos observarnos, escucharnos, prestar atención a nuestras emociones, a nuestro ánimo. Una pregunta que puede ayudarnos es, ¿qué estoy haciendo conmigo? ¿qué estoy haciendo con mi vida? ¿en quien me estoy convirtiendo? ¿me gusta lo que veo de mi?
Ser alguien que ayuda a los demás, se asocia a ser una buena persona, noble, humana y generosa, sin olvidar la gratificación personal que acompaña a este accionar. Si además se proviene de una familia donde estar al servicio de los demás es un valor, y se suman a estos ingredientes una falta de sentido, o un para qué que nos saque de la cama cada día, están dadas las condiciones para hacer de nuestra vida un sacerdocio.
Y si bien esto se ajusta muy bien para todo aquel que quiera ordenarse como sacerdote, para el resto no es una buena idea. ¿Por qué? por que solo tú puedes saber lo que es bueno para ti, lo que necesitas, y el tipo de ayuda que puedes brindar.
Hasta el próximo posti y recuerda que las voces exteriores y juzgonas, no son tuyas. Tú, siempre puedes decidir qué hacer con las mismas.
Puedes visitar mi canal de YouTube Betina Speroni.
Podcast Psicología Betina Speroni.