Esperando las condiciones para ser feliz, se nos va la vida
Es ahora, es aquí, es en este instante. No es mañana, ni pasado, ni después de tal o cual asunto. Ni después de la pandemia, ni después de la guerra, ni después de la crisis. En el único momento donde transcurre la vida, y podemos vivirla, es aquí y ahora.
Si no nos recordamos que la vida no es otra cosa que aquello que transcurre en este instante, corremos el riesgo de creer que la vida, o por lo menos la vida que queremos para nosotros, es aquella que va a venir después de resolver tal o cual tema, o de pasar alguna enfermedad, o de tener un determinado trabajo, o cuando se tenga una pareja, o cuando vengan los hijos, o cuando los hijos superen tal dificultad, y entonces la vida se convierte en aquello que alguna vez nos va a suceder.
Si pensamos así, la vida pasa a ser una especie de anhelo de eso que nos va a ocurrir en el futuro cuando las condiciones y las circunstancias sean otras. Terrible error. Bajo esta creencia, se nos puede pasar la vida sin darnos cuenta, esperando que suceda eso que no va a suceder. ¿Por qué? porque mirando al futuro nos distraemos de este instante, de este momento único, irrepetible, nuestro en el que la única vida que tenemos transcurre.
Por lo menos, la única vida posible, de la que tenemos conocimiento. Puede que haya más vidas, o no. No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que nuestra existencia se manifiesta en la brevedad de cada instante, de esos instantes que mueren para darle paso a otros, a esos otros instantes que solo pueden hacerse presentes en este momento, y en ningún otro.
El futuro es algo ilusorio, el pasado ya nos dejó, el pasado habita en nosotros pero ya no tiene y nunca más tendrá presencia, el pasado carece de la presencia del momento actual. Y la presencia del momento actual es la única habitable. Al futuro lo podemos imaginar, lo podemos soñar, al pasado lo podemos recordar, pero solo en el presente podemos vivir.
Sí, mientras escribo estas líneas, y en el momento en el que tú las lees, la vida nos recorre. Esa vida conformada de tiempo, de un tiempo que a veces parece volar con la rapidez de los pájaros cuando se avecina una tormenta, y otras veces, parece eterno, como cuando la agonía de una espera lo acompaña.
Aunque nuestra interpretación del tiempo sea distinta según lo que estamos viviendo, hablamos del mismo tiempo, de ese tiempo que impiadosamente transcurre, sin detenerse, que nos obliga a seguir, estemos como estemos y nos pase lo que nos pase, y dado que solo podemos existir, ya que fuimos arrojados a esta vida para vivir, ¿por qué no hacerlo de la mano del deseo, de aquello que queremos para nosotros, de la mano de nuestros sueños?
Al distraernos del presente, viajando constantemente al futuro, o al pasado, dejamos de vivir, y nos transformamos en zombis que van por la vida sin darse cuenta, o sin querer saber acerca de lo que les pasa, acerca de cómo se sienten, acerca de cómo están sus vidas, de cómo están sus sueños, de cómo están sus relaciones, de cómo está la relación con ellos mismos.
Cuando la mirada se pone en lo que va a venir, y no en lo que está sucediendo, el problema está servido, porque eso que imaginamos que va a suceder, nunca va a llegar, o por lo menos no de la forma en la que imaginamos.
La vida es esto que pasa aquí y ahora, con estas circunstancias y en estas condiciones. No importa lo desagradable, doloroso, o inconveniente que sea lo que estamos atravesando, la vida no se caracteriza por ser un lugar solamente agradable, todos sabemos que la vida es esa rara mezcla de luces y sombras, de momentos inolvidables, y de largas agonías, así como los días soleados conviven con los días lluviosos, nosotros convivimos con las distintas emociones, y así como podemos ser felices aún cuando nos sentimos tristes o abatidos, también podemos serlo cuando estamos a gusto con nosotros mismos.
Tendemos a equiparar la felicidad con la alegría, con estar contentos, y la felicidad es mucho más que sentirnos alegres, y contentos.
Me gusta pensar la felicidad como la serenidad y la paz interior de saber que estamos en el camino correcto, es decir, en el camino que nos acerca hacia donde queremos ir. Esa serenidad y esa tranquilidad interior, me van a acompañar aún en momentos dolorosos e indeseables, es decir, que sentirnos tristes y abatidos por la muerte de un ser querido, por ejemplo, no tienen necesariamente que privarme de esa serenidad y calma interior.
En el caso de la muerte de un ser querido, la calma interior puede entrelazarse a los hermosos momentos, a las memorias y recuerdos vividos junto a esa persona amada que murió.
Si de algún lugar la muerte no nos puede arrebatar a un ser amado es de nuestro corazón. Recordando y construyendo memorias de aquella persona que amamos y murió, lo seguimos manteniendo vivo.
La muerte no solo se materializa con el fallecimiento de alguien. Convivimos constante y permanentemente con la muerte. El incesante tic tac de las agujas del reloj nos señala la muerte de cada segundo, de cada minuto, de cada hora, y lejos de angustiarnos, esta conciencia del paso del tiempo, de lo perecedero de casi todo, y de nuestra finitud, nos debe estimular a habitar con conciencia plena y profunda cada instante de nuestra existencia.
Estamos aquí para vivir. Y es solo en este preciso momento en el que nuestra vida se despliega, y junto a su potencia nos invita a respirarla, a sentirla, a habitarla, a abrazarla, a dejarnos ser en ella, sin pelearnos con la misma, sin oponerle resistencia por no darnos lo que queremos.
No es responsabilidad del universo satisfacer nuestras necesidades. Los únicos responsables de nuestra vida somos nosotros. Los únicos responsables de hacer de nuestra vida un lugar tolerable y placentero somos nosotros y nadie más. Así como somos responsables de fabricarnos una buena vida, somos responsables de habitar una vida vacía y sin ilusiones.
Ojalá aprendamos a tomar incondicionalmente lo que se nos es dado ahora, lo que sea que la vida decida darnos, independientemente de las circunstancias, y hacer con eso que nos da algo que nos guste, algo con lo cual llenar placenteramente nuestra vida, y hacer de la misma un lugar en el que querer habitar.
Hasta el próximo posti y recuerda que el único instante habitable es este momento en el que estamos viviendo.
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