Infierno, oscuridad y alcoholismo
Solo quienes han crecido o conviven con una persona afectada por la dependencia al alcohol saben que hay detrás de la puerta que conduce a uno de los lugares más oscuros en los que se puede encontrar alguien.
La idea de este posti es reflexionar sobre el sufrimiento, la mayoría de las veces ignorado, minimizado, o desestimado que padecen los hijos cuando uno de sus padres es alcohólico. Sin juzgar a nadie, y sin poner en duda el amor que la mayoría de los padres sienten hacia sus hijos y partiendo de la premisa de que cada uno hace con su vida lo mejor que puede.
La propuesta es intentar pensar como puede llegar a ser la vida, la cotidianeidad, de aquellos hijos que están bajo la protección y el cuidado de un padre o madre que sufre de alcoholismo.
¿Qué emociones, como ángeles guardianes, acompañan a estos niños? ¿Dónde se “refugian” cuando los pasos tambaleantes y la mirada perdida del progenitor les dice que están bebidos? ¿Con quién comparten sus miedos cuando los adultos, presos del alcohol, estallan en gritos o se vuelven violentos?
En la intimidad de sus hogares estos niños desde muy temprana edad aprenden muchas veces a ser su propio refugio. La vida desde muy temprano les enseña que tienen que contar consigo mismos.
¿Quién les enseña a resolver los problemas del día a día, de otra manera que no sea evadiéndose de los mismos? ¿Cómo aprenden a gestionar y a conectar con cada una de las emociones, cuando les han enseñado a aliviarlas con la bebida? ¿En qué lugar se sentirán seguros? ¿Con quién podrán compartir algo de la oscuridad en la que viven, si les dicen que lo que pasa en casa se queda en casa?
La dependencia al alcohol no empieza y termina en quien la padece, sino que inevitablemente afecta al grupo familiar. ¿Qué pasa cuando en ese grupo familiar hay menores? ¿Qué pasa con las necesidades de cuidado y afecto de estos menores, que muchas veces quedan sin suplir, como a la espera de que en algún momento la vida lo haga?
Los padres como cuidadores primarios tienen la función de velar por el bienestar físico y emocional de sus hijos. Ser padre es una función, y esa función tiene que ver con la protección, el cuidado y el cobijo de quienes están a su cargo. Algunas veces, lamentablemente, alguno de estos padres no puede desempeñar esta función, algunas veces, la dependencia al alcohol los vuelve negligentes.
Y no estamos diciendo que no quieran a sus hijos, de ninguna manera, el punto es que el alcoholismo impide en estos padres el óptimo desarrollo de esta función, y a los hijos les roba la posibilidad de tener un padre o una madre íntegros e implicados en la crianza. De alguna manera, el alcoholismo propicia la orfandad en estos hijos, y los priva del atento cuidado de sus progenitores.
Estos niños, como consecuencia de la dependencia al alcohol de alguno de sus padres, quedan “huérfanos” de padre o madre, la ausencia del progenitor adicto, muchas veces acompañada por la falta del otro progenitor que avala este consumo, deja a estos hijos a la buena suerte del universo y a la bien intencionada ayuda de familiares y amigos, que la mayoría de las veces están muy lejos de dimensionar la magnitud del problema.
Estos niños son testigos presenciales del gradual y progresivo deterioro no solo del adicto, sino de la pareja de sus padres, de la familia, de los vínculos, de la economía familiar. Elegidos al azar para representar el papel que les fue dado caprichosamente por los designios de la vida.
Donde hay un problema con el alcohol hay perdidas, hay confusión, hay mucho enfado, hay muchos reclamos, hay soledad, hay culpa, mucha culpa y vacío, hay muchos por qué, hay vergüenza, hay una sensación de ser diferente, y la inevitable lección de que quien te ama te hace sufrir, con la consiguiente dificultad en confiar en los demás.
Estas palabras que les comparto me las comparten a mi en la consulta quienes han crecido en un grupo familiar donde el alcohol estaba presente.
¿Cómo darse cuenta de que algo en su familia no funciona bien, si no conocen como funcionan otras familias? ¿Cómo sentirse valiosos cuando su sola existencia no es suficiente para el regocijo del otro? ¿Serán capaces de confiar en los demás después del comportamiento negligente de los primeros cuidadores?
¿Podrán confiar y amarse a si mismos después de que el alcoholismo les robara a alguno de sus padres? ¿Se convencerán a lo largo de su vida de que no han sido en absoluto responsables del alcoholismo que vivía junto a ellos?
A diferencia de los adultos, claro está, los menores no cuentan con la posibilidad de salirse o poner distancia de un grupo familiar empañado por la toxicidad de esta enfermedad, y por lo tanto, terminan siendo fieles testigos de los estragos que dicha enfermedad hace en el grupo familiar. De las heridas que causan en ellos mismos el vivenciar día tras día el alcoholismo de alguno de sus padres, se darán cuenta mas adelante.
¿Qué pasa cuando estos menores se convierten en jóvenes adultos? ¿Convertidos en jóvenes adultos cuentan con las herramientas necesarias para salir de dicho sistema?
Por supuesto que no hay una única respuesta, y esta dependerá de la personalidad de cada uno, de la historia, de los factores protectores con que se cuenten, de la red social con la que cado uno disponga, etc. Afortunadamente una infancia enturbiada por el alcoholismo, como por cualquier otra adicción no determina una vida de pesares.
Estas experiencias condicionan y moldean nuestra manera de responder, percibir, relacionarnos y entender el mundo, pero no determinan la forma de ser de alguien.
Siempre podemos trascender lo vivido, despegar de lo que no nos gusta e intentar dirigirnos hacia otros caminos nunca antes transitados.
Si has crecido en un ambiente opacado por alguna adición recuerda la importancia de aprender a poner en palabras lo vivido. Esta es la gran dificultad del adicto, hablar, expresarse desde la palabra, relatar, narrar lo que le pasa es algo que encuentra muy difícil, por eso hace, actúa, consume, bebe.
Recuerda que tú puedes elegir la palabra como forma de expresar lo que sientes. Hablar de lo que nos pasa es un excelente comienzo. Toda emoción se gestiona aprendiendo a afrontarla.
No podemos huir de nuestras emociones. Esta no es nunca la salida. Pelear con lo que nos pasa es una batalla perdida.
No hay manera de evadir la realidad, esta tarde o temprano se impondrá. ¿Qué te parece si buscamos la manera de aceptarla?
Hasta el próximo posti y recuerda que el secreto de la serenidad está en colaborar incondicionalmente con lo inevitable.
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