El lado oscuro del amor. “Me gustan los chicos malos”
mayo 26, 2019
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Para evitar ser parte de una relación tormentosa hay que quererse y valorarse lo suficiente

Si te seduce más la indiferencia y lo “difícil”, que las flores y los bombones este posti es para ti.

Hoy en día hablar de flores y de chocolates a la hora de la conquista es casi como como una antigüedad. Y posiblemente lo sea. Lo que no es una antigüedad, y sigue en vigencia desde tiempos inmemoriales es el hecho de que algunas personas se sientan atraídas por otras que muestran indiferencia, o un interés enmascarado, o desplantes “justificados”.

En este posti te invito a reflexionar sobre aquellos vínculos amorosos que lejos de traer calma y serenidad a nuestra vida, parecen ser una tormenta en altamar.

Para evitar ser parte de una relación tormentosa, hay que quererse y valorarse lo suficiente.

Si, lo suficiente y necesario para que cuando el otro no nos trate amorosamente, seamos los primeros en darnos cuenta y huir.

Parece fácil, como siempre la teoría dista mucho de la práctica. ¿Por qué, a veces, esto de querernos a nosotros mismos no es fácil? Cuando hablamos de relaciones afectivas, de emociones, de amor, las cosas no son lineales, del tipo, si hago A entonces B. Hoy decidí que quiero valorarme y amarme y entonces voy a empezar por hacer esto y aquello y listo.

Desde el momento de nacer y antes también, hay un otro que nos cuida, nos protege, nos brinda amor, ternura, nos alimenta. Si bien estadísticamente la persona que desempeña esta función es la madre, la puede desempeñar otro cuidador primario. De lo contario, y debido al estado de indefensión con el que que venimos al mundo moriríamos. Y es en estas primeras relaciones de amor y de cuidado, donde empezamos a sentirnos reconocidos y valorados.
A lo largo de la vida nos vamos relacionando con diferentes personas, familiares, amigos, tutores, parejas y estas otras relaciones confirman, modifican, ponen en duda, es decir, siguen moldeando la imagen que tenemos de nosotros mismos y el valor que nos otorgamos.
¿Qué lleva a una persona a sentirse atraída por alguien que la desmerece?

Las causas no son universales, las mismas tienen que ver con cómo cada individuo se fue constituyendo como persona, con su historia de vida, personal, familiar, social. Con su biografía.
A modo genérico y como común denominador, podemos decir que para que alguien se sienta atraído y se quede en una relación donde el otro le da migajas, no lo prioriza, lo critica, está descontento, tiene que haber un sentimiento de devaluación y de sentirse poco preciado muy importante. Cuando alguien no está a gusto consigo mismo, cuando se siente inferior y con poco valor, va a sentir que lo que él tiene para dar tampoco va a ser valioso.
¿Cómo va a ser valioso lo que yo tengo para dar, si yo no valgo demasiado? ¿Se entiende?

Por lo tanto, alguien que alberga este sentimiento de desvalorización es más vulnerable a relacionarse con alguien que le brinde un trato que se ajusta a como él se siente.

Recuerdo cuando Ana (nombre ficticio) me contaba que a su entonces 27 años, llevaba más de 7 años “enganchada” con un chico con el que solo tenían encuentros casuales. No eran pareja, no eran novios, la sexualidad no era gran cosa, pero ella estaba fascinada con esta persona, a la que describía como a alguien muy “raro”, excéntrico, con comportamientos atípicos, según Ana, este chico no era considerado con ella, se mostraba con otras chicas de forma habitual, no la invitaba a ningún lado, sus encuentros se reducían a dar paseos en coche y a tener sexo.

Por otro lado, ella no esperaba nada más de él, y él tampoco le había prometido nada más. Esta relación la atormentaba y la angustiaba profundamente, pero ella seguía con la misma.
Si bien ella se planteaba terminar los encuentros con este chico, el la llamaba y todo se repetía nuevamente.
Cuando Ana empezó a repasar esta historia, pudo darse cuenta del gran costo que esta relación estaba teniendo para con su vida, pudo ver que esta persona era peligrosa y no solo un personaje excéntrico. Lo más importante fue descubrir y reconocer que en ella albergaba un gran sentimiento de desvalor. A pesar de ser una joven con estudios, profesional, guapa y con un hermoso corazón, sentía que nadie podía enamorarse de ella. Cuando un chico le mostraba interés, ella se incomodaba, los chicos que se interesaban en ella nunca le gustaban, según sus propias palabras le resultaban “tontos” y poco atractivos.

Pocas cosas eran más amenazantes para ella como el hecho de construir una relación con otro, porque esto podía poner en evidencia su “falta de valía”, esa imagen tan empobrecida que se había formado de sí misma. Las relaciones sin compromiso, esporádicas, en las que no tenía que mostrar su “empobrecido” mundo interior, según su apreciación, claro, eran soportables. De lo contrario, se activaban sus defensas y aparecía la falta de interés, de atractivo, la descalificación.

En este caso en particular, el sentimiento de inseguridad, inferioridad y desvalor se fue gestando, entre otras variables, a partir de saberse descalificada por una madre que nunca encontraba nada bien en lo que Ana hacía, o le quitaba merito, o asumía que era algo esperable. Las comparaciones con otras chicas de su edad eran una constante. En estas comparaciones Ana siempre salía perdiendo, las otras eran más listas, más guapas, más inteligentes. Con el pasar del tiempo y lentamente estos cometarios fueron calando en la autoestima de esta joven, quien se convenció a si misma del poco valor que tenía.

Después de años de sufrir los encuentros con alguien que no la consideraba en absoluto, la angustia disparo la pregunta ¿Qué me está pasando? ¿Por qué no puedo salir de esta “relación” de la que obtengo más sufrimiento que otra cosa? Ni la historia de Ana ni la de nadie se pueden resumir en unas pocas líneas. Solo decirles que Ana, después de un profundo trabajo personal, ha construido una hermosa y muy sana relación de pareja con alguien que la merece y con quien se quieren mucho.

¿Qué es quererse a uno mismo? El amor a uno mismo, no tiene que ver con mirarse al espejo y gustarse, o saberse atractivo para otros. En todo caso, esto es necesario, pero de ninguna manera suficiente. Es decir, Si no me gusta la imagen que el espejo me devuelve de mí, es difícil que me sienta a gusto conmigo mismo. Pero el hecho de sentirme a gusto con la imagen que el espejo me devuelve de mí, no significa necesariamente que la opinión que tenga de mi sea valorizada. Cuando hablamos de amor a uno mismo, hablamos de una aceptación incondicional hacia nuestro ser, hacia nuestra existencia, independientemente de cómo nos veamos. Cuando nos queremos por ser como somos, a pesar de ver en nosotros cosas que no nos gustan nos vamos a amar igual. Porque nos sabemos imperfectos, sabemos que la perfección como tal es inalcanzable y hemos renunciado a la misma, desde hace tiempo.

Amarnos y valorarnos a nosotros mismos y aceptar estar con alguien que nos maltrata, son incompatibles.

Cuanto más placentera y sana sea la relación que tenga conmigo mismo, más sanas y placenteras serán las relaciones que pueda armar. Como podemos ver, el amor a otro comienza por el amor a uno mismo.
Del mismo modo, aquellas personas que están muy rotas, desorganizadas interiormente, confusas. A veces, esto se puede explicar por algún trastorno de personalidad, o enfermedad mental. Tienen mucha dificultad en lo que hace a las relaciones interpersonales. Alguien muy inestable emocionalmente, que ve la vida en términos de blanco o negro, con un deficiente control de impulsos, y miedo al abandono, va a transferir algo de esto que esta viviendo a las relaciones. Por lo tanto, las mismas van a resultar dañadas.

Un clásico de todos los tiempos es el famoso: “Estamos mal y la/o voy a dejar en cualquier momento”. Y a veces, ese “en cualquier momento”, pueden llegar a ser diez años. Si alguien está dispuesto a esperar diez años a que el otro defina su situación sentimental, puede hacerlo, claro. ¿Quién dice lo que está bien o lo que está mal hacer? Cuando nuestro accionar no daña a otros ni nos daña a nosotros mismos, podemos hacer lo que nos guste.

El límite es el sufrimiento. Cuando la empiezo a pasar mal, cuando me empiezo a angustiar, cuando comienzo a crearme expectativas que no se ajustan a la realidad, ahí, es cuando debo permitirme mirar hacia adentro, conectar con lo que necesito y deseo de una pareja, con mis emociones, y evaluar poco a poco si lo que estoy recibiendo de esa relación se condice con lo que yo estoy necesitando.

Este trabajo personal e interior es primordial. ¿Por qué? Para evitar caer en las sutilezas del autoengaño.

Recordemos la frase de Jorge Bucay: “Nadie tiene más posibilidades de caer en un engaño, que aquel a quien la mentira se ajusta con su deseo”.

Un ejemplo de autoengaño puede ser, “Esta con otra persona, pero no la quiere”. En definitiva, si la quiere o no, es un tema del otro. Sin embargo, el hecho de que siga vinculado afectivamente a otra persona, va a restar tiempo y calidad a los momentos que decida compartir conmigo.

Personas que se enamoran, entusiasman o muestran interés por otras que están en una relación de pareja no es nada nuevo. Como tampoco son nuevos los argumentos de la mayoría de quienes están en una relación de pareja y dicen, por ejemplo, “que están pero que están “mal”, “que ya se van a separar, que entre ellos no hay nada”.

Hay tantas maneras de estar en pareja como personas hay, y cada una de estas maneras es válida, respetable y legitima, siempre y cuando no nos genere sufrimiento. El tema es que en estos triángulos amorosos siempre hay alguien que sufre más que otros.

Para construir una relación sentimental madura, sana, autentica y armónica es imprescindible amarnos a nosotros mismos. Escucharnos. Saber lo que necesitamos y no de una relación. Solo así estaremos en mejores condiciones de decidir con quién sí y con quien deseamos aventurarnos a construir algo juntos.

Hasta el próximo posti y recuerda tratarte con amor. Solo asi sabras darte cuenta cuando los demás no lo hagan.

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